Tal vez la
camarera : Siempre que hemos venido a este restaurante con los enanos nos han
dado la misma mesa. La camarera se pellizca el labio inferior con el índice y
el pulgar, como si así recordara mejor las reservas, y después de recorrer la
pequeña sala con la vista nos señala la mesa que siempre nos ha asignado.
Nosotros esperamos de pie, atentos a su indicación, como si no supiéramos dónde
nos va a tocar y con un “mira qué mesa tan buena” o “aquí vamos a estar muy bien”
agradecemos que nos respete esa rutina como a la gente importante.
Hoy, la chica vuelve a pellizcarse
el labio, pero su dedo señala la que está al lado. Objetivamente, la mesa es
igual, con la misma cantidad de cubiertos dispuestos, el mismo mantel, el mismo
banco y las mismas sillas para sentarse. Toda una gran cantidad de elementos
idénticos que no logran que la sensación al sentarse sea la misma.
-Esta está reservada – nos dice.
La mesa no tiene ese papel doblado
de forma precisa por la mitad con la palabra “Reservado” que recuerda al que la
lee mientras espera que no debería haber dejado las cosas al azar. Nos sentamos
en la mesa que nos ha dado y pedimos los platos de siempre, servidos sin cambios. Los enanos se comen las albóndigas de un bocado. De fondo ponen
una versión jazz de “Wonderwall”. En la pared de enfrente, sobre una mesa para
dos con una lámpara que la cubre de una cálida luz amarilla, hay dos
fotografías cuadradas en blanco y negro de la orilla de un lago. Me fijo en
todos los detalles pero no dejo de mirar a la mesa de al lado.
La camarera va recibiendo a los
clientes que llegan y los pasa a la sala del fondo, mucho más amplia. En la
nuestra sólo estamos nosotros cuatro. La mesa de al lado, la nuestra, sigue
vacía. De vez en cuando veo a alguien leer la carta que hay expuesta junto a la
puerta para después pegar la cara al cristal con una mano a cada lado. Como
está lloviendo, no se dan mucho tiempo para decidirse, lo que les anima a
seguir andando, tal vez impulsados por mi mirada, que les advierte, espero, de
que no pueden ocupar la mesa de al lado.
El tiempo va pasando y no llega
nadie más. Cada vez es más improbable que venga alguien a ocuparla. Tal vez la
camarera esté cansada de esos cuadros en blanco y negro, de las albóndigas del
menú de los niños, de los manteles idénticos y de las mesas para dos. Tal vez
la camarera haya tomado ya la decisión de dejarlo todo y no lo sepa aún. Tal
vez la camarera haya comenzado el proceso de despedida con pequeños cambios
como éste. Si ella se marcha, pienso, la mesa de al lado no volverá a ser
la nuestra.
Para no ponérselo fácil, le dejo la
propina en la mesa de al lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario