domingo, 20 de mayo de 2012

Tal vez la camarera.



Tal vez la camarera : Siempre que hemos venido a este restaurante con los enanos nos han dado la misma mesa. La camarera se pellizca el labio inferior con el índice y el pulgar, como si así recordara mejor las reservas, y después de recorrer la pequeña sala con la vista nos señala la mesa que siempre nos ha asignado. Nosotros esperamos de pie, atentos a su indicación, como si no supiéramos dónde nos va a tocar y con un “mira qué mesa tan buena” o “aquí vamos a estar muy bien” agradecemos que nos respete esa rutina como a la gente importante.

Hoy, la chica vuelve a pellizcarse el labio, pero su dedo señala la que está al lado. Objetivamente, la mesa es igual, con la misma cantidad de cubiertos dispuestos, el mismo mantel, el mismo banco y las mismas sillas para sentarse. Toda una gran cantidad de elementos idénticos que no logran que la sensación al sentarse sea la misma.

-Esta está reservada – nos dice.

La mesa no tiene ese papel doblado de forma precisa por la mitad con la palabra “Reservado” que recuerda al que la lee mientras espera que no debería haber dejado las cosas al azar. Nos sentamos en la mesa que nos ha dado y pedimos los platos de siempre, servidos sin cambios. Los enanos se comen las albóndigas de un bocado. De fondo ponen una versión jazz de “Wonderwall”. En la pared de enfrente, sobre una mesa para dos con una lámpara que la cubre de una cálida luz amarilla, hay dos fotografías cuadradas en blanco y negro de la orilla de un lago. Me fijo en todos los detalles pero no dejo de mirar a la mesa de al lado.

La camarera va recibiendo a los clientes que llegan y los pasa a la sala del fondo, mucho más amplia. En la nuestra sólo estamos nosotros cuatro. La mesa de al lado, la nuestra, sigue vacía. De vez en cuando veo a alguien leer la carta que hay expuesta junto a la puerta para después pegar la cara al cristal con una mano a cada lado. Como está lloviendo, no se dan mucho tiempo para decidirse, lo que les anima a seguir andando, tal vez impulsados por mi mirada, que les advierte, espero, de que no pueden ocupar la mesa de al lado.

El tiempo va pasando y no llega nadie más. Cada vez es más improbable que venga alguien a ocuparla. Tal vez la camarera esté cansada de esos cuadros en blanco y negro, de las albóndigas del menú de los niños, de los manteles idénticos y de las mesas para dos. Tal vez la camarera haya tomado ya la decisión de dejarlo todo y no lo sepa aún. Tal vez la camarera haya comenzado el proceso de despedida con pequeños cambios como éste. Si ella se marcha, pienso, la mesa de al lado no volverá a ser la nuestra.

Para no ponérselo fácil, le dejo la propina en la mesa de al lado.

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