viernes, 18 de mayo de 2012

El reloj de agua



El reloj de agua : Una tarde de esta semana alguien se metió en el cuarto de control y poco después, por cuatro grandes botones blancos de un lateral de la piscina, comenzó a fluir el agua con fuerza, llegando casi a alcanzar el lado opuesto. Como salía con una violencia acumulada durante meses pensé que en pocas horas la piscina estaría llena, pero me asomo esta tarde y veo que el agua apenas cubre el fondo.

Me gustaría verla ya llena, pero, después de pensarlo, prefiero que esté así. El agua está transparente y no hay nada en ella flotando que provoque esa molesta sensación de que hay alguien que no ha hecho su trabajo, dejando en cualquiera que la mire cierta impresión de desajuste que no se puede quitar fácilmente.

Prefiero que esté así, que se vaya llenando lentamente, anunciando centímetro a centímetro la llegada del verano, de ese momento en el que buscas el bañador del año pasado, lo encuentras en un cajón junto con unas gafas de nadar en las que entra ya el agua y que pensaste sustituir por unas nuevas, te lo pones como si no hiciera tanto tiempo desde la última vez, y, debajo de la cama, sacas una toalla que sigue pareciendo nueva.

El deseo de los cambios repentinos es un tema puramente infantil : un día el árbol no tiene nada sus pies y al día siguiente está rodeado de regalos. Tiene que ver con la impaciencia y con la seguridad de que se está recorriendo el camino de ida y que sólo hay que esperar para que vayan surgiendo las novedades como sugerentes señales a uno y otro lado.

Ahora la perspectiva es otra y esos cambios, en vez de empujarte hacia adelante, marcan capítulos que se cierran definitivamente. No tienen por qué ser dramáticos : Pasas varios meses poniendo y quitando pañales, pensando que así va a ser tu vida eternamente y un día, precisamente uno, precisamente en un momento exacto, pones el último sin saberlo, pensando en otras cosas, con el cansancio difuminando ese instante como hacen las gotas sobre una página escrita a mano. Habrías agradecido que alguien te hubiera dicho que pararas, que ahí iba a terminar una etapa, una voz que te hubiera obligado a fijarte en la habitación, en la luz, en los olores, en ese cuerpo pequeño que, impaciente, te pide que le devuelvas a la protección del pijama. Pero no tenemos educada esa voz y ese momento pasa.

Tal vez por eso ahora agradezco que los cambios sean graduales. Aprender a percibir las cosas cuando empiezan a sugerirse y a ir despidiéndose de aquellas que lentamente van alejándose. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario