domingo, 21 de julio de 2013

Genealogía de la llave




Genealogía de la llave : Ya hay prototipos de coches que se abren con tu voz. Todos tenemos una huella única a la que no le afecta el contenido del mensaje, por lo que dará igual si decimos “Mou, te echaremos de menos” o “La resistencia del hombre al vacío es más grande de lo que creemos”. El coche no se mete en temas de fútbol o filosofía, todo lo da por bueno si por debajo estamos nosotros. Cosas de la biometría. Como llave con piernas, no podemos perdernos a nosotros mismos (por lo menos en un terreno puramente físico), pero como suele ocurrir, este empujón tecnológico se deja algo en el camino: la importancia de la llave.

Nos hemos olvidado de las funciones de una llave. Una llave gruesa, pesada, como las que abren las puertas de los almacenes de pueblo, ya hace de embajadora del propio objeto, dándole importancia. Tienes en la mano, además, algo sólido, persistente, reconocible, que le presta sus adjetivos a aquello que protege. Y, por último, con esa llave ya posees el objeto con más seguridad de la que te pueda dar un papel firmado.

Toda la angustia del hombre moderno (aquí va mi resumen definitivo de las causas) se debe a la desproporción entre el tiempo que le dedica al trabajo y el poco peso de las llaves de aquello que se esfuerza por pagar. Una buena llave de pueblo, como tiene que ser, te quitaba en dos guantazos cualquier tristeza metafísica sobre la virtualidad de la realidad y su flujo y su indeterminación. Tonterías. Podrías decir: yo soy mi llave y quedarte como Dios, alejando a filósofos y psicólogos del mundo 2.0. Y en el caso de tener que entregarla, te podrían dedicar un cuadro como “La rendición de Breda”, algo que jamás podría permitirse ese tipo del Ferrari al que su coche ha dejado de reconocerle la voz. 

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