jueves, 18 de julio de 2013

Un atajo entre las dunas




Un atajo entre las dunas : En el último momento decido ir en coche, pero al llegar a Chueca me encuentro con una manifestación que colapsa esas pequeñas arterias de la zona. Me siento como un triglicérido de los que te matan si no te tomas no sé qué yogur mágico. Avanzo muy despacio. A lo lejos veo unas cuantas pancartas. De cerca, en ese momento en el que se equilibra la luz de la tarde con la que sale de los escaparates, puedo detenerme en las mujeres que caminan por las aceras. ¿Quién quiere la pasarela Cibeles teniendo esto?

Pero hay tres mujeres esperándome en una mesa y ya voy tarde. Dejo el coche en un aparcamiento de los que te piden las llaves. Obedezco sin pensar (ya he pensado demasiado hoy) y al salir me encuentro con unas piernas junto a un cubo de basura. Son dos piernas de escaparate, perfectas, pero declino la oferta educadamente porque las mías funcionan bien.

Tan bien que en cuanto empiezo a caminar deprisa (las faldas se levantan, los helados se caen de sus cucuruchos) las figuras se difuminan como si estuviera en el Halcón Milenario y Chewbacca hubiera metido la marcha del hiperespacio. Qué bien está lo de avanzar a estas velocidades. Por cada metro que recorro, el reloj parece ir un par de segundos hacia atrás. Yo me vuelvo ligero. Noto cómo hasta las preocupaciones se quedan atrás, igual que algas desprendidas del ancla que se iza.

Ya puestos, hasta el ancla se queda atrás.

Pero hay que ser un poco objetivos : el suelo está inclinado y así es fácil correr. No para todos, claro, que los hay que parecen andar como si ascendieran por una duna. Yo les entiendo : todo está lleno de dunas, todos tenemos los pies llenos de arena, todos caminamos sin saber muy bien si en el siguiente paso nos vamos a hundir más. La vida, en fin, pero yo tengo a tres mujeres esperándome en una mesa y eso hace que todo se incline hacia ellas y que solo tenga que dejarme llevar.

En su último mensaje me decían que ya estaban en la mesa, pero llego antes de lo que cuentan y las veo sentándose cuando aparezco por la puerta tras despedir a Chewbacca. Suavemente me deslizo hasta esa silla y ahí me siento. Y esa energía, como en la secuencia de un gran dominó, se transmite a la propia cena, donde todo se sucede suavemente y sin esfuerzo. Sé que todo lo que pidamos va a estar bien. Que el vino nos va a gustar. Que la conversación, nos lleve donde nos lleve, nos va a hacer reír.

Los platos y las botellas se quedan vacíos. Hay que rodearse de mujeres que apuran lo que se les ofrece. Hay que verlas compartir un plato. Hay que apreciar cómo se separan por un afluente de la conversación para volver al caudal principal. Hay que verlas manejar sutilmente al camarero. Hay que fijarse en la forma en la que te escuchan y en cómo reaccionan a lo que dices. Hay que disfrutar de ese ambiente en el que mentalmente se descalzan. Hay que agradecer el encontrarte frente a este espejo de tres piezas.

Cuando salimos del restaurante nos rodea una noche tranquila de verano, de gente asomada a los balcones y taxis recorriendo sin prisas las calles. También nosotros demoramos una despedida que, oficialmente, no se cierra hasta que termino de escribir esta frase.

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