viernes, 12 de julio de 2013

Stendhal en el zoo




Stendhal en el zoo : Cuando el Zoo saque el Abono Cisterciense, pagaré por él lo que me pidan y en la moneda que consideren oportuna. Ochenta millones de sextercios, pongamos, por poder recorrer el zoo entre cincuenta monjes cistercienses que, aportando su silencio particular, ayuden a construir uno grande como el interior de un globo.

El lujo del acuario en silencio, por ejemplo. No como esta tarde, con niños enloquecidos (los animales crean un efecto negativo en los niños : en el siguiente párrafo lo explico) gritando como si al salir les fueran a cortar la lengua para alimentar a los tigres. ¿Si estamos acostumbrados a visitar en silencio un museo, donde los cuadros están muertos, por qué no hacerlo también aquí, con cuadros vivos por todas partes?.

Pero voy a disculpar a los niños. Ellos no saben qué es el síndrome de Stendhal. Nosotros sí, y venimos al zoo como si eso sólo les pasara en Florencia a los artistas, no a los hijos de los conductores de autobuses con ganas de ver la fauna africana en quince minutos. Mal hecho. Está demostrado que a los niños tanto animal les acaba saturando el cerebro, provocando en ellos el impulso contradictorio de seguir viendo más animales o marcharse a casa a inflarse a croquetas. Para calmar esa tensión corren y chillan mientras sus padres les decimos que se fijen en el caballito de mar o en Nemo, que mira, por ahí nada. 

Las cosas son más simples y si no vemos la solución es porque los padres también nos convertimos en niños aquí y no dejamos nadie al mando. Basta con elegir un animal, un pez vale, y fijarse en él teniendo en cuenta que hace millones de años todo esto era una piedra muerta. Y ahí está ese pez, igual al que tiene al lado y tan diferente del que nada enfrente. Si uno se queda atento, es capaz de notar cómo las preguntas también nadan por su cabeza. ¿Por qué ese color? ¿Por qué esas aletas? ¿Por qué esos ojos? ¿Por qué esa relación entre las partes, precisamente ésa? ¿Por qué surgió este tipo?

A base de preguntas se construiría otro tipo de silencio en el que todo resultaría nuevamente sorprendente y en el que lo niños recuperaría el control de su cuerpo, que para eso estamos. En lo que damos ese salto evolutivo, ochenta millones de sextercios no me parecería mal precio.

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