lunes, 19 de mayo de 2014

Vuelta de honor al campo




Vuelta de honor al campo : Antes solo era necesario un cartucho para imprimir en color. Ahora hay que comprar tres para que la impresora pueda dar rienda suelta a su creatividad y hacer sus propias mezclas. El problema es que esos tres cartuchos son como los botes de salsas, que no se vacían al mismo ritmo, y cuando quieres echar mano de la mostaza dulce ya no te queda, y ese vacío no puede cubrirlo el ketchup por mucho que te sobre.

La señal de alarma, porque Murphy también tiene algo que decir en esto, aparece un lunes a última hora, cuando el día está a punto de irse por el desagüe, los platos sucios de la cena esperan en el fregadero, los móviles se cargan en la entrada, se empieza a zapear para mantener el forma el pulgar y uno de los vecinos sale a la terraza a fumar y nos llegar el olor del tabaco. En ese instante, decía, Daniel se acuerda de que tiene que imprimir un invento antiguo para mañana y Murphy se marcha a la impresora para volver al rato con el mensaje, evidente en la foto impresa, de que no queda salsa verde.

Intento recordar si últimamente hemos impreso muchas cosas en verde. Ya solo nos falta llevar un registro para igualar la carga de trabajo de cada cartucho y empezar a desechar fotografías.

-Te habrán pedido una fotografía de Marte, pero vas a llevar una de Júpiter porque andamos ya escasos de rojo.

Daniel me mira. El vecino sigue fumando (un vecino previsor que, o no tiene hijos, o no permite que el nivel de los cartuchos de su impresora llegue al nivel de reserva). Podría proponerle que tiráramos de lapiceros de colores, pero en ese momento recuerdo que el pasado es, sobre todo, territorio del blanco y negro. ¿Y qué mejor forma de mostrar respeto a la máquina de escribir que Daniel ha elegido que imprimirla en así? Al fin y al cabo, la gran literatura se escribió siempre en blanco y negro: cada palabra tenía que ser pensada dos veces porque aún no había llegado la pantalla en color en la que escribir no exige ningún esfuerzo.

“Back in black”, que dirían los de AC/DC. Y en mi cabeza suena el tema a todo volumen cuando Murphy, abatido, me deja en la mesa la imagen en blanco y negro de una máquina de escribir perfecta. Daniel da el visto bueno. Solo queda trazar con regla unas líneas a lápiz para guiar a la tijera. Lo hago despacio, como esos futbolistas que, con un trote lento, recorren las marcas del campo aplaudiendo para dar las gracias a la afición. Esta noche yo soy el jugador y la afición. 

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