sábado, 5 de noviembre de 2011

"El ilusionista", de Sylvain Chomet

Vemos “El ilusionista” después de comer.

Para los enanos se queda en la historia de un mago repleta de detalles en los que fijarse : un conejo que te muerde los dedos, un grupo de vacas escocesas que ocupan un camino, las luces de unas casas reflejadas en el lago de noche, un escaparate con dos zapatos, un garaje de noche, el vapor saliendo de una olla, dos personas que juegan al tenis en el parque junto al castillo de Edimburgo, el plato de sopa que salva la vida al payaso con la soga al cuello, los malabaristas que pintan el mural, o la pareja que se protege de la lluvia junto a un escaparate con dos maniquíes.

Debajo de todo eso, la descripción del fracaso de un grupo de artistas, obligados a abandonar su vocación en un mundo que parece que no les necesita. Esto no sé si es muy de niños, lo admito, pero prefiero que se encuentren con esto, como la espina en el trozo de pescado, a que vean, sin más, esa realidad para gilipollas que reproducen en series como Funboy & Chum Chum,Chowder, Bob Esponja o Pecezuelos.

Supongo que, para que se quede como una película infantil, a pesar de todo, basta con no traducirles ese mensaje que el ilusionista le deja a la chica con la que vivía : “Magicians do not exist”

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