jueves, 10 de noviembre de 2011

El rincón que hay que visitar

En una pared hay un cuadro con un paisaje de Mallorca. En el suelo, otro cuadro con un paisaje muy parecido al anterior. Menos mal que no hemos venido a ver cuadros, sino a hablar con la profesora de Daniel, porque de arte no entiendo nada y me evito tener que dar mi opinión. De hecho, digo lo de Mallorca porque me parece mejor imaginarse Mallorca que, no sé, Denver.

La de la mesa, ya he dado una pista, es la profesora de Daniel, con la que también estuvo el año pasado. Tiene fama de ser rígida, exigente y dura.

-Soy rígida, dura y exigente – nos dijo.

Así que se ha ganado la fama. Tiene encima de la mesa una hoja impresa con el nombre de Daniel en negrita en la cabecera. Todos vamos ganando el profesionalidad. Hasta nosotros, que sabemos ya qué preguntar en estas reuniones : en estas reuniones se viene a escuchar, porque hay tan poco tiempo que una pregunta mal formulada puede estropearlo todo. Nada de querer saber, por ejemplo :

-¿Usted ve a mi hijo en Denver en el futuro?

La profesora de Daniel nos explica dos cosas que tiene que mejorar. Mejorar, seguro que tiene mucho que mejorar. Las tengo yo, con cuarenta y dos años, no va a tenerlas él, pero María y yo estamos de acuerdo en que las dos que ha señalado son justo las que nosotros también tenemos en nuestra lista personal. Esa coincidencia hace que todos nos relajemos un poco, porque la profesora, que es rígida, dura y exigente, también es lista, y debe saber cuándo ha acertado con su diagnóstico.

Nos relajamos, digo, porque vemos que en esa hoja no ha escrito cualquier cosa y que sigue con atención a Daniel, lo que tiene mérito. Aquí se acaba una reunión y empieza otra, porque la profesora empieza a hablar del grupo y de lo que le gusta trabajar con niños de esta edad.

-Lo agradecen todo – dice.

Y nos cuenta que hoy les ha enseñado a multiplicar por dos y que le encantaba la cara que iban poniendo cuando avanzaban por la inmensa serie de números que había puesto en la pizarra.

La profesora dura y exigente habla ya del año que viene, el amenazante tercer año de primaria, en el que todo cambia. Por la cara que pone, el cambio no es sólo académico. Es como una frontera en la que los enanos tuvieran ya que dejar todo eso que ella ahora tanto valora de ellos para adaptarse a otra manera de hacer las cosas. Sabe de lo que habla porque uno de sus hijos está ya en ese territorio y el otro tiene la edad de Daniel.

Tengo la impresión de que, en el fondo, quiere decirnos algo. Que toda esa descripción de nuevas normas y exigencias que les esperan el año que viene es la parte exterior de un discurso que mantiene para guardar las formas, que debajo de él sólo hay una petición.

-Me gustaría que este año no pasara tan deprisa, que durara un poco más.

En eso estoy de acuerdo con ella. Me gustaría que me dijera algo, ella que trabaja con tantos niños. Algún consejo, como ese rincón que hay que visitar en una ciudad cuando tienes poco tiempo para verla. Habrás dejado muchas cosas sin ver, quizás, incluso, las que en las guías consideran las más importantes, pero si has visto esa recomendación puedes estar seguro de que te llevas algo importante.

Escucho con atención. Somos conscientes del tiempo, del cambio, de las cosas que van a dejar de ser lo que son. Miro la hoja impresa. Me fijo en sus manos y en los dedos índices, con los que recorre ambos lados de la hoja a la vez, de arriba abajo. Espero que hable de ese rincón, pero creo que ni ella sabe dónde está, aunque supongo que, no ya como profesora, sino como madre, también estará buscándolo.

Quedamos en vernos dentro de unos meses si no hay ningún cambio. Me vuelvo a fijar en los cuadros. Quizás sea mejor la pintura que la escritura. Tantas palabras escritas. Tantas palabras leídas cada día y ninguna que nos diga dónde mirar. Yerno, recapitalización, crítica, soporte, voto, tregua, lesión, encuesta, tecnócrata o mandato. Tanta verborrea de mierda cuando lo que necesitamos es otra cosa. No le pregunto si los cuadros son suyos.

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