lunes, 21 de noviembre de 2011

Nadando en la nada

En la nevera tenemos una hoja con el menú del mes; varios imanes de la guerra de las galaxias; un dinosaurio que hizo Daniel, el único que todavía no se ha caído de todos los que colocó, que ya puedo deciros por qué se extinguieron los dinosaurios : no pudieron agarrarse a la nevera cósmica; un vale de Repsol con un descuento del seis por ciento que caducó en agosto pero que conservamos porque, sinceramente, no tenemos tiempo para revisar estas cosas; un imán que nos trajeron de Jamaica (Smile, Mon); otro imán de algún ministerio en defensa del consumo de pescado “Disfruta comiendo pescado” dice, y debajo, en letra más pequeña, “Invertimos en pesca sostenible”; otro imán más con el teléfono del Domino´s Pizza; una foto de Lucía; otra foto de Daniel y, cada lunes, la poesía que tiene que aprenderse para el miércoles.

La poesía de hoy es de Alberti y creo que con un par de poesías como ésta todos los niños querrán ser ingenieros. Gracias, Alberti. En unos años, las remesas hacia Alemania serán más numerosas debido a poemas como éste :

Verde, lenta, la tortuga.

¡Ya se comió el perejil,

la hojita de la lechuga!

¡Al agua, que el baño está

rebosando!

¡Al agua,

pato!

Y sí que nos gusta a mí

y al niño ver la tortuga

tontita y sola nadando.

La leo y releo y no tardo en darme cuenta de que esto no es una nana. Yo creo, en esta improvisada tesis de cinco minutos, que se trata de un acertado análisis del siglo veinte y del trozo que llevamos del veintiuno. Alberti realiza una crítica feroz en forma de nana del sistema capitalista sirviéndose de la tortuga como representación de una burguesía que, siguiendo la lógica inherente al capitalismo, desarrollada por Marx (véase Marx), no deja de comérselo todo (el perejil y la lechuga, que, obviamente, no se refieren al perejil y a la lechuga que todos conocemos). Si dejamos que la tortuga/burguesía avance (lentamente pero sin descanso), advierte Alberti, todos nos quedaremos sin perejil y sin lechuga, donde es posible que la lechuga se refiera a la mujer y el perejil al hombre. Puede ser, digo. ¿Qué hacer frente a ese avance? Alberti, de una forma sutil pero decidida llama a la rebelión con ese grito (¡Al agua!) que, obviamente, propone revertir la figura del bautismo, reclamando para el hombre, atrapado quizás contra su propia voluntad dentro de esa marea de la burguesía, un regreso al origen. Si el poema terminara aquí, no hay duda de que tal interpretación seria la correcta, pero ya J. Johnson y K.L. Peterson, en su obra “About the turtle “nana” : the hidden message” (Cambridge 1980) reclaman la atención hacia la mención que se hace al pato en la segunda llamada al agua. ¿Por qué un pato, con la cantidad de animales que hay? Este es un punto interesante y aceptamos como válida la sugerencia de que, como ambos autores postulan y subrayan, tal pato sea la figura que en las ferias se utilizaba para probar la puntería. El giro que da el poema es obvio : la primera llamada al agua sueña con una vuelta al hombre-antes-del-rito mientras que la segunda exige una acción clara, una respuesta que, y recordamos la figura del pato, pueda llamar a la violencia como último recurso cuando lo demás no sirve de nada. La última escena presenta una ambigüedad que hasta el momento no ha sido resuelta. Es probable que el niño al que hace mención Alberti sea él mismo o la forma de mostrar la unión entre el pasado y el futuro en una escena en la que los dos, nótese, se fijan en la tortuga/burguesía del inicio que ahora, tontita y sola, parece flotar abandonada a su suerte, llevada por las aguas de la Historia hacia alguna lejana orilla donde ya no pueda ejercer influencia alguna por mucho que se haga la ilusión de que nada, sólo un espejismo, decimos, porque ese nada no se refiere al acto de avanzar moviendo los miembros, sino al ejercicio de sumergirse en la nada y en ella hundirse, representado de una manera así de elegante y efectiva.

¿Estaba caducado el yogur? Sí. ¿Debía haberlo tirado? A la vista está que la respuesta es otro sí.

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