sábado, 12 de noviembre de 2011

Restaurante "Ochenta grados"

1-Una camarera limpia las mesas a la una y media. Somos los primeros en ocupar una mesa en el restaurante nada más abrir, lo que me gusta. Da la sensación de que la camarera limpia las mesas por ti. De que la que te recibe te está esperando. De que todas las mesas están dispuestas para que las veas así. Los siguientes en llegar quizás piensen lo mismo, pero el primer mordisco visual a todo esto se lo he dado yo. La mujer que nos da la bienvenida nos pregunta si tenemos reserva. Le decimos que no. Nos conduce a una mesa y me quedo con la duda de siempre : ¿De haber reservado nos habría dado otra distinta?

2-La carta es pequeña pero densa. Alguna vez llegaré y diré : desde aquí hasta aquí. Y ya está. No es una cuestión de dinero, sino de estómago.

3-Castrillo de Duero tiene una población de 152 habitantes. Hay sitio, claro, para que exista la bodega Montecastro y de esa bodega pedimos el vino : Alconte. Siento decir que la botella tiene una de las peores etiquetas que he visto. Señores de Montecastro, esto es algo que hay que solucionar ya. El camarero trae la botella de vino abierta y nos sirve sin preguntar si queremos probarlo. Es un mal detalle que, al final de la comida, se queda en nada. Una tontería de la que dejo constancia aquí para sentirme un poco superior. Nada más. Ahora que le he dado unos segundos de importancia al ego, bajo del podio.

4-Las raciones son pequeñas y bien presentadas. Es el sitio perfecto para traer a los amantes de los chuletones con patatas para ver qué cara ponen.

-¿A esto lo llamáis comer? ¿Pero sois idiotas o qué?

No, no hay chuletón como los que aparecen en los tebeos de Lucky Luke, ni falta que hace porque aquí no solo se llena el estómago. Todo lo que nos sirven alimenta la vista, que es un sentido que pasa también mucha hambre, aunque no lo sepamos. Ver estas raciones es una lección para Daniel, para que aprenda lo importante que es hacer las cosas bien, muy bien. Voy a decir una estupidez porque me apetece : a veces en un restaurante lo de comer está en un segundo plano.

5-La carne del taco mejicano que pedimos es como la que me ponía mi madre en el cocido, que separaba en hebras y me comía mezclada con el chorizo. Me sorprende este recuerdo. Se ve que están esperando cualquier excusa para asomar la cabeza.

6-Unos precios : Steak tartare (4,50 euros), croquetas de jamón (2,2 euros), huevo trufado (4,60 euros), fingerchips pollo (6,60 euros), calamares carta (6,50 euros) xs burguer (4,90 euros), taco mejcano (4,80 euros), ñoquis (4,40 euros), bocadillo 80 (4,80 euros), plato cuchara (4,60 euros), coca escalibada (4,80 euros).

7-Daniel prueba todos los platos. Los que le gustan pasan a ser de su propiedad, por lo que tenemos que utilizar todas las variantes de la negociación. Desde la educada a la más pura amenaza : sabemos dónde vives. Lucía prueba el steack, el pollo y alguno más. En una mesa, al lado, una pareja llega, se pide unas cervezas y unas raciones y se marcha antes de que consigamos que Daniel nos deje probar el taco mejicano.

8-La música de fondo está muy bien. Música negra, es todo lo que puedo decir. Pero me imagino a mujeres jóvenes, elegantes, con fuerza, sonrientes, en un escenario, frente a mesas repletas de gente de buen humor una noche de sábado. No sé si escucho con el oído o con el estómago. En todo caso, es una pena lo poco que sé de música.

9-Tienen un pequeño problema en la cocina y la coca escalibada se retrasa. La camarera me mira para saber si voy a esperar o no. Si hiciera caso al sentido común, a lo que he comido, y al tiempo que llevamos sentados habría respondido con la cabeza.

-No hay problema, espero.

Pero hablo con el estómago, como los ventrílocuos. Cualquier cosa por seguir disfrutando de esta comida con los cuatro, de los mejores momentos de la semana.

Traen la coca y la pruebo. No es de los mejores momentos de la semana. Es el mejor. Parece que en la cocina se lo siguen pasando casi tan bien al preparar los platos como al diseñarlos.

10-Estamos casi dos horas comiendo. A nuestro ritmo, hemos hecho un banquete a base de raciones. Cosas veredes. Miro el reloj un par de veces para comprobarlo antes de decirlo en la mesa. Es una comida para alargar el sábado. Parece que la tarde fuera a ser eterna, con el tiempo transcurriendo a un ritmo lento, muy lento, como el de mi digestión, al que no pienso meter prisa.

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