miércoles, 9 de noviembre de 2011

"El secreto de Christine", de Benjamin Black

Empecé engañado la lectura de este libro por varios motivos. Porque era una edición de bolsillo. Porque era novela negra. Porque era el seudónimo de un gran escritor. Porque la portada era mala. Porque el título no prometía gran cosa. Y pensé que lo que tenía entre manos iba a ser una lectura rápida con su crimen, su investigación y su final, todo tan terapéutico. Y a otra cosa.

Ese engaño, que me fabriqué yo solito, lo admito, se esfumó a las pocas páginas. Todo lo anterior es cierto, empezando con la edición y terminando con el título, pero lo que hay en este libro, desde la primera palabra a la última, es literatura. De la buena, de la densa, de la que agota y no te deja correr por la historia por mucho que quieras : cada frase es una barrera que hay que leer, disfrutar y saltar para seguir corriendo. Y en este plan, descubres pronto, no se corre. Como mucho, andas deprisa. O paseas.

Te quitas las zapatillas de correr y te pones las de andar por casa, no queda otra.

Así que conviene dedicarse a este libro con el ánimo del que va de paseo porque va a ser una lectura larga y exigente, del tipo que te obliga a admirar cada palabra, como un joyero de Amsterdam, porque todas han sido elegidas y dispuestas así por alguna razón. La escritura de Benjamin Black es una reivindicación de la literatura como un oficio y una justificación, si nos ponemos ya trascendentales, de la propia literatura : esto es y para esto sirve. Y en edición de bolsillo.

Curiosamente, toda esa fuerza del estilo se despliega para contar una historia sencilla, que se podría resumir, si quisiera, en tres frases, pero no quiero. Es una novela negra porque hay muerte, investigación y final, sí, pero todo presentado de una forma casual que empieza con una escena intrascendente y que va avanzando porque a un tipo curioso, que trabaja de forense y se bebe todo el whisky de Dublín, le da por hacer preguntas. En cierto modo, es una novela negra que se va construyendo poco a poco porque al protagonista no le dan muchas respuestas pero sí una paliza que le sirve para saber que va por el buen camino. Quien bien te quiere, te hará cojear.

La investigación para saber cuál es el secreto de Christine le sirve a Black para ir presentando una serie de personajes que aparecen dibujados con una precisión en sus formas, palabras, pensamientos y actos típica de protagonistas. Aquí, y ya estaba sugerido en el tercer párrafo, no se pierde el tiempo con secundarios, aunque sólo aparezcan para dar esa paliza mencionada en el cuarto párrafo. Todos son protagonistas, que es el tipo de magia que hace un escritor cuando tiene talento y se esfuerza con ese talento. Impresionante.

Impresionante y precisa. Además de una novela, es un manual de cómo describir un sentimiento, una conversación, un gesto, un objeto, una variación de la luz, los efectos de una copa, el ruido de la nieve al caer, el deseo, el remordimiento o el fracaso, por mencionar algo, que da igual por dónde se abra el libro. Por ejemplo, este párrafo con sexo, ya que estamos, en el que se habla de otra cosa :

“Era una chica grandona, de extremidades fuertes y hombros anchos, pecosos, a pesar de lo cual se encajó sobre su pierna escayolada con ternura inventiva. Se había dejado puestos el sostén y las medias, y cuando montó a horcajadas sobre él, una Godiva con la melena en llamas, el tenso nailon de las medias le rozó los flancos como su fuera un fino y cálido papel de lija. Cayó en la cuenta del mucho tiempo desde la última vez en que tuvo a una mujer en los brazos, y la oyó reír. Ojala, se dijo, pudiera reír también él, pero algo se lo impedía, no sólo la palpitación dolorida de la rodilla, sino una nueva y misteriosa vía de acceso a la congoja y los presagios” (Página 291)

Si leyendo a algunos autores españoles cualquiera puede creerse escritor, con Benjamin Black sucede lo contrario y al ver la distancia entre lo que se puede hacer y lo que hay que hacer la gran mayoría deberíamos cerrar el Word y marcharnos al salón a zapear un poco o jugar con nuestros hijos a construir la pista imposible de los Hot Wheels, que es lo que Daniel hace cuando, por fin, gracias a Dios y a Benjamin Black, logro leer la última frase del libro.

En fin. Vaya monstruo. El 9,99 de la etiqueta no es sólo el precio. Es la nota que se lleva el libro.

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