jueves, 28 de junio de 2012

Electricidad estática




Electricidad estática : Con motivo de la Eurocopa, todos los céspedes parecen estar conectados con los de los campos de fútbol de Polonia y Ucrania. Los pies de los niños son más sensibles a esa electricidad estática compartida y no dejan de perseguirla, como si no tuvieran suficiente excitación con su edad, con el sol, con el agua y con un verano al que todavía no le ven el horizonte.

Los niños ocupan casi toda el agua de la piscina. Pienso en ese anuncio de una freidora en el que una cesta repleta de patatas frita se sumerge en aceite caliente. Está claro que para ellos una piscina es una piscina, tenga el tamaño que tenga. No dejan que el adjetivo pueda acercarse a matizar el concepto de piscina. Hay agua, y puedes saltar y qué más quieres.

Yo permanezco un poco alejado. De ellos y de los demás padres, que se reúnen a charlar mostrando unos cuerpos en los que se empieza a admitir ya la derrota. En algunos casos, por lo que se ve, sin haber presentado mucha batalla. No me importa demasiado porque así no me distraigo y me centro en “Labia”, de Eloy Tizón.

Es posible que en los cursos de best sellers se enseñe a Tizón diciendo “éste no es el camino, tomad el otro”. Y eso está bien y es cierto, porque la flecha que señala su nombre te lleva a unas historias de pocos personajes que Tizón desmenuza hasta convertirlas en harina. Se sirve para ello de una mirada meticulosa y paciente que utiliza un lenguaje que logra dar valor a todo aquello en lo que se detiene. Que es bueno, vamos : leerle es disfrutar de la evidencia de que la realidad no se basta sin lenguaje y que por ello su calidad depende de la propia calidad del lenguaje. Tizón trabaja una estructura básica, de cuento, y alrededor de ella va trabajando el lenguaje como el que va decorando un árbol.

Esa es la teoría. La práctica es que me bajo el libro a la piscina, leo cuatro páginas (evitando que caigan gotas de agua) y eso me basta, como lector y como escritor. El final se me va alejando conforme me acerco, lo que demuestra que en la piscina el tiempo y el espacio varían. Me quedan diez páginas, sólo diez, me leo cuatro y al subir descubro que me siguen quedando diez.

Podría darle un empujón y terminar el libro, pero no quiero y, además, yo también noto esa electricidad estática en los pies. Me apetece probar otra vez si bañarse es tan divertido como parece viendo a esos enanos saltar y salir y volver a saltar. Tengo mi bañador y mi toalla, pero no siete años. Dos de tres tampoco está tan mal.   

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