lunes, 18 de junio de 2012

Tiritas chinas



Tiritas chinas : Sobre este barrio (que la palabra me perdone) las fechas caen como flechas sobre un escudo. Ni lo rozan. Da igual que sea Nochebuena, que hace noventa años se descubriera la penicilina o que Ibáñez celebre su cumpleaños. Las calles son iguales, como bloques de lego. Todo lo que te sirve de ayuda para orientarte en otro punto de Madrid (si huele a churros es posible que haya una verbena, si hay colgadas luces es que pronto llegan las fiestas navideñas) aquí no existe. Puedes elegir en qué día quieres vivir y pasar en él el resto de tu vida. A algunos, con los que ya no discuto, les gusta.

Sólo hay un evento que logra que el barrio enseñe un poco de escote en un cuello siempre cubierto : un partido de La Roja. Es el único caso en el que el barrio, sensible a las corrientes que circulan por el resto de la ciudad, traducidas aquí a leves calambres, parece sentir el deseo de moverse y de, como el anciano al fondo de la sala, animarse a dar unos pasos al final de la boda.

Y ahí entran los chinos, que, como tienen los pies más en el suelo que nosotros, anticipan esos cambios de humor y llenan sus tiendas de todo el merchandising de La Roja que preparan en algún pueblo de China: desde banderas de todos los tamaños a pinturas de guerra. Todos los escaparates parecen entonces sedes del PP celebrando una victoria y donde crees que vas a ver a algún político paladeando los primeros chupitos del poder te encuentras a un dependiente que te sirve una bandera y unas camisetas con la indiferencia del charcutero que te mete en una bolsa de plástico cien gramos de pavo.

El abuelo, pues, mueve las piernas y en muchas ventanas aparecen banderas españolas para que allí en Polonia quede constancia de lo mucho que les apoyamos. Es posible que aquí un niño agite su camiseta y en un estadio lejano metamos un gol. Tampoco hay que ser tan escéptico. Las banderas me parecen alegres y me dan ganas de decirles a los edificios lo que una madre a una hija que acepta probarse algo de lo que no está muy convencida : “¿ves lo bien que te quedan?”. Además de esta parte estética está la capacidad de unión de un barrio (sigue sin convencerme esta palabra) más allá de las cañas en las terrazas, las charlas sobre nuevas bicicletas o los partidos de pádel. Algo harán. Supongo.

En la zona interior del bloque, la que da a la piscina, han colgado varias banderas. Me recuerda a esas mujeres que sólo se maquillan para su marido. Las hay de todos los tamaños. Pequeña si hay algún niño en el piso que se haya empeñado en tener una. Grande si se sigue esa inspiración de las marcas de cerveza de cuanto más mejor. Las repaso mientras, sentado en la terraza, España juega su partido contra Croacia. Quizás la nuestra sea la mejor estrategia frente a ese artesonado de cemento que los croatas han dispuesto sobre el césped, pero no puedo negar que me aburro. Me resulta más interesante ver cómo todas las televisiones cambian de imagen a la vez. Además, hace buena noche.

Es fascinante atender a las respuestas de la gente e imaginar por sus gritos lo que sucede en el partido. De repente todos nos volvemos sensibles y reaccionamos como si nos rozaran una herida recién abierta. Hay otras más grandes y dolorosas, pero a ésas ahora no les prestamos atención : el fútbol es la crema que las calma y la bandera la tirita que colocamos encima.

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