lunes, 4 de junio de 2012

Nada por aquí




Nada por aquí : Como es posible que todos nos exiliemos de las afueras de nosotros mismos, tan luminosas y de diseño, hacia una zona oscura en la que recuperemos la cama de los abuelos y la jofaina, quiero que ciertos retazos de este mundo no se pierdan del todo. Dicho y hecho : le digo a Daniel que, como si fuera el ayudante de un mago, sostenga una moneda de dos euros para guardar (cada uno a su manera) un recuerdo de cómo era su mano y cómo la moneda antes de que las dos cambien. Después le pido que la sopese (le explico el verbo con una definición improvisada e inestable como un borracho en una bicicleta sin manillar) para que esto quede guardado en su memoria. Foto.

Creo que bastaba con fijarse en esos detalles particulares en las monedas de cada país para sospechar que, por mucho que nos dijeran, las diferencias siempre iban a estar ahí. La aristocracia de Bruselas escribía sus mejores deseos en hojas cubiertas de sellos oficiales traducidas incluso a idiomas ya desaparecidos, pero en los bolsillos de los que asistían, conmovidos, a los fuegos artificiales en que se convertían las palabras de los lideres quedaba, densa y evidente, la realidad de que seguíamos siendo de nuestro padre y de nuestra madre. Día a día la verdad se desborda en esa chatarra que sale del bolsillo cuando queremos pagar con agradecida precisión a la cajera de sonrisa de verano (en vez de largarle el billete a esa compañera que parece vivir en un eterno eclipse interior)

Esa falta de homologación definitiva por abajo, lapsus, concesión numismática, pequeña lección de historia o haiku de cada país, qué se yo, se ha convertido en el símbolo de lo que ha fallado en este sistema. Fabricaron una tabla recia y las patas que cada país ha ofrecido para apoyarla, sobre todos los del sur, han salido de distinto tamaño. Cachis. El proceso debería haber sido al revés, pero tampoco voy a ser de los que empiecen sus frases con el debería. Allá ellos. Yo he votado y pagado lo que me dijeron.

Sea como sea, me gusta observar esas diferencias y descubrir en el cambio que me dan una moneda de otro país. Se me despierta un instinto paternal al pensar en el viaje que la pequeña ha tenido que hacer desde su Banco Central para acabar en mi bolsillo. Como la madre de Marco en el último capítulo. Junto a ese instinto, que no hace distinciones, he desarrollado también ciertas manías ya muy específicas : intento gastar cuanto antes las monedas de Bélgica (tal vez por ese perfil que aparece en ellas), me da la sensación de que me han engañado con una de Grecia (pongamos que ese búho me hace pensar en una moneda antigua que tratan de colarme), colecciono las de Italia (porque son de Italia, no hay que añadir más) y trato de gastar las últimas las de Alemania (porque, no puedo evitarlo, me parecen las que llevan más dinero dentro de sí mismas). Para las demás, indiferencia.

Esa sensación de que una moneda alemana tiene más peso financiero que las demás es una impresión subjetiva que, me temo, va haciéndose poco a poco más objetiva. Empiezo a creer que, colocadas en una báscula, cada día van haciendo falta más monedas del resto de los países para equilibrar el peso de la teutona porque las demás se van disolviendo en los titulares económicos como las pastillas de Redoxón en el vaso junto al termómetro. Es subjetivo, ya digo, pero tampoco me extrañaría que, de forma paralela, poco a poco fueran introduciendo pesetas para que nos vayamos acostumbrando al cambio hasta que un día, mientras los aristócratas digan que nada ha cambiado, qué va a cambiar, si ellos siguen cobrando lo mismo, no quede un euro español y en el bolsillo te encuentres pesetas y en el garaje el Mirafiori de tu padre y en el salón la televisión con dos canales conectada al Atari de tu comunión.

Otra foto.

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