miércoles, 6 de junio de 2012

Un pato con prisa




Un pato con prisa : Voy al Carrefour a cortarme el pelo y a comprar unas naranjas (el plan sería mejor si fuera al revés). Al llegar a la zona de peluquería veo que ya hay un señor sentado rodeado de pelo en el suelo. La peluquera se disculpa con una sonrisa, como si yo tuviera reservada la hora desde hace meses. Por eso me busco excusas como la de las naranjas para venir a esta peluquería porque por lo general, que se sepa, prefiero las naranjas de Mercadona pero en Mercadona no han alcanzado el nivel de esa sonrisa que te abre varias ventanas por dentro.

Hago tiempo comprando las naranjas y paseando por los pasillos. Me gusta ver los estantes llenos, como diques contra el pesimismo. Algo parecido debe sentir un general ante el desfile de sus tropas. Me parece lógico que el trabajo de un Piero della Francesca tenga sus cohorte de estudiosos, sus seminarios, claro, que no digo que no, pero algo hay que decir también de varias columnas de donuts perfectamente ordenados en sus cajas individuales. Me quedo un rato mirándolos notando cómo el estómago empieza a girar.

Regreso a la peluquería. La chica ahora atiende a una mujer que viene sólo a peinarse. Ser mujer es más divertido : todas las cosas que puedes hacer con tu pelo. En mi caso, peinarse tiene la misma sofisticación que recoger las migas de la mensa. Dos pasadas con la mano abierta y listo. La peluquera y su sonrisa siguen ahí. Me hace un gesto con las tijeras dándome a entender que le queda muy poco. Creo que esta mujer ya venía peinada de casa.

Ya no paseo más. Me quedo al lado, pero no tan cerca como para que se pueda pensar que escucho su conversación. Presto atención a lo que tengo junto a mí pero se trata de artículos de cosmética femenina. De nuevo, la certeza de que debe ser divertido ser mujer viendo los accesorios que van incluidos con tu cuerpo. Al lado de esto, un hombre parece más limitado que el vestuario de una figura de Lego. El tiempo que una mujer dedica en el baño a mejorar, lo emplea el hombre en no empeorar, manteniendo las distancias con el mono.

Me fijo en la columna que tengo a mi lado. Con un poco de imaginación lo que hay ahí parece la figura de un pato consultando un reloj. Sí, en la asociación hay referencias al pato de Pocoyó, al reloj del conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Me alejo un poco para valorar la impresión. Podría ser. En esas estoy cuando la peluquera me anuncia que puede atenderme.

Nada más sentarme me cubre el pecho con un plástico transparente que me ata por detrás. La peluquera es baja, delgada, con esa consistencia que queda en un plato cuando has dejado que reduzca para obtener la sustancia. Me gusta la forma en la que dispone del espacio en el que trabaja. Nada sobra ni falta. Corta el pelo con esa alegría templada del que está a punto de terminar la jornada para coger un avión a, digamos, Italia.

-¿Cómo te lo corto?

Veamos. La fuerza de Sansón estaba en el pelo largo. Cuantos más metros de pelo, mayor su capacidad para derribar columnas y arrancar árboles de tres en tres. Sansón también habría urbanizado la costa en dos días. Era de los que te recogía una cosecha pisando el suelo con fuerza y dejando que las naranjas cayeran al suelo. La versión 1.0 de Hulk.

Sigamos. Es una forma de vivir y no negaré que más práctica que la de meditar sobre los donuts o la de ver patos en las cañerías. Ser Sansón estaría bien, pero este mundo se reduce y, con él, la forma de mirarlo. No nos va a quedar otra opción que refugiarnos en el detalle. Corto, le digo, muy corto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario