sábado, 23 de marzo de 2013

La reserva



La reserva : Me tomo dos copas de mencía con una compañera del  programa de escritura. Me enseña unas fotocopias con unas fotografías que ha hecho un amigo suyo. Están bien. Pedimos ensaladilla rusa y carne al vinagre de Módena con patatas fritas, que cómo vamos a pedir arroz aquí. Patatas. Me cuenta que esta mañana se le han escapado las ovejas, que su hijo de cuatro años se tumba debajo de los racimos en la vendimia para comérselos, que eso tiene que ser la felicidad, la tierra, la luz entre las uvas; que por las mañanas trabaja de administrativa; que en una selección de poemas que iba a presentar a un concurso faltaba el número ocho y que lo escribió en un momento en la oficina; que prefiere el castellano al gallego porque así no necesita un libro al lado para consultar las dudas, que cada año aparecen nuevas normas; que no puede dejar de escribir : que no puede dejar de escribir. Mientras hablamos, mira a la televisión, como si no tuviera tiempo en casa para este lujo, un programa de vídeos musicales, como una niña curiosa. Come con ganas, con cierta urgencia, y se ríe cuando corto los filetes en trozos. Su carrera de pedagogía, la escuela a la que van sus hijos, su ex, su novio, sus hijos de nuevo y lo mal que se sienten en la ciudad. Me habla de la copia impresa de su ensayo, que es la única que le queda después de que se le borrara en el ordenador. Sus vinos, sus proyectos. Que no puede dejar de escribir, que a veces, con la azada en la mano, golpeando la tierra, se le ocurre algo y nada más volver a la casa tiene que escribirlo en una hoja. Esta puta maldición. Esta bendita maldición. Que no puede dejar de escribir. Esta puta infantería blanca. La reserva.

2 comentarios:

  1. Si ahora de pronto optase
    por no escribir (o no pudiera) y diera
    el día por perdido, posponiendo
    para quién sabe cuándo, y además
    qué importa, la metódica
    copia de mi agresividad
    contra mí mismo, ¿pensaría
    como Kafka (conocido empleado
    de seguros) que esa dudosa obligación
    no cumplida, se me iba a convertir
    de alguna burocrática manera
    en la razón de una desdicha irreparable?

    José Manuel Caballero Bonald

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  2. Eso es, no hay más : rendirse es dar el día por perdido.

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