miércoles, 13 de marzo de 2013

El diablo en las puntas de una tijera




El diablo en las puntas de una tijera : Son las nueve de la mañana y ya huele a pollo asado. La peluquera está sacando unos botes de laca de un armario. Le pregunto si puede cortarme el pelo y me responde que tiene ya una cita con una señora a las nueve, ya mismo. Le digo que lo mío es rápido, que en un par de minutos estoy listo.

Un par de minutos después, justo cuando una mujer mayor llega, hemos acabado. Tengo una maquinilla en casa con la que, prácticamente, podría haber hecho lo mismo. Lo he probado un par de veces. Pero vengo aquí por esa rendija que queda entre prácticamente y exactamente. Me cuenta que como acaba de desayunar, apenas percibe el olor a pollo, pero que luego sí que tiene que comer algo rápido (sin parar, porque su jornada es continua) hasta que, a las cinco, cuando llega a casa, come. Mientras me cuenta esto, me repasa la parte de la nuca. Después vuelve a coger la tijera y va dando pequeños cortes con la punta aquí y allí, como si buscara cierta perfección de bonsái.

Por la noche vuelve a estar ahí, en esa otra rendija que hay entre el café que me sirven (la taza de borde grueso, el asa decorada, el plato ovalado) y el que me podría preparar en casa.    

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