viernes, 22 de marzo de 2013

Corrientes subterráneas




Corrientes subterráneas : Desde fuera, el hotel tiene una fachada de los años setenta, pero este viaje al pasado es necesario porque al subir la persiana de la habitación me encuentro, por primera vez, con una vista que es mejor de lo que me imaginaba. Cosas así ya no se encuentran en el siglo veintiuno, donde es posible que hubiera algún matiz que lo estropeara todo. Pero no : lo que fue bueno en el pasado sigue siéndolo para siempre, y ahí está, a la izquierda, un campo de fútbol, enfrente, el mar, y a la derecha un paseo marítimo, camino de la Torre de Hércules, que ya tengo ganas de recorrer. Vuelvo a fijarme en todos los elementos. Y otra vez. Con el gesto del que al llegar al final de una frase salta a la siguiente.

Dos copas de Mencía y una tosta de ventresca con pimientos más tarde, me tumbo en la cama. Tengo un cansancio algo nervioso que debo calmar antes de dormirme. Me lo imagino recorriendo la habitación, oliéndolo todo, arañando la puerta para salir. No enciendo la televisión para que se tranquilice.

En ese silencio ordenado, de habitación de hotel en la que no he tocado prácticamente nada, para estirar la impresión de estrenarla, descubro el sonido del mar, que sube hasta la habitación como el del tráfico de madrugada por la M-30. No va a ayudarme a dormir, pero me hace sentir un poco en casa, cumpliendo el mismo efecto que una fotografía de la familia en la mesilla.

Así que, debajo del ruido de los coches está el del mar. Es la interpretación sonora de la frase de los adoquines y la playa, que siempre me ha parecido ridícula. Hasta ahora. Se puede decir que voy a estar dos días aquí para descubrir si debajo de lo que escribo, por donde circulan hechos tan triviales, hay algo. 

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