viernes, 19 de octubre de 2012

Medusas de cristal




Medusas de cristal : Los dos camareros ejecutan el rito de la Burrata Italiana (13,50 €) como si fuera un número del que se sintieran orgullosos. Uno de ellos, el del bigote, se acerca al plato con un cuchillo y un tenedor como si fuera a hacerle la autopsia a una medusa. El otro, el que lleva gafas, sostiene en sus manos un pimentero inmenso (pimentero inmenso, en italiano) y se queda detrás, esperando. Lucía y Daniel los observan con atención, como si vieran la sombra de un truco nadando cerca de la superficie de este momento.

Es una escena que, puestos a elegir, me gustaría recordar en blanco y negro.

Los cubiertos descabezan a la medusa con elegancia y la abren. La piel, más consistente, se despliega con cada corte, dejando al descubierto la zona más líquida. Es una autopsia de cirujano experto. Es un resquicio para una imagen húmeda que neutralizo con el blanco y negro. La medusa guardaba un secreto y el camarero lo ha descubierto utilizando sólo la punta del cuchillo y la punta del tenedor, como el que, en silencio, abriera una caja fuerte rozando la combinación con los dedos.

En un silencio ahora satisfecho, el camarero del bigote se aparta para que el del inmenso pimentero espolvoree el cuerpo de la medusa. Son pequeños giros que realiza con su mano derecha (apenas podemos verla, allí a lo lejos) mientras orienta la pimienta que cae con la izquierda. Ahora la referencia es religiosa. Un fino polvo negro cubre el plato como un manto. Observa el resultado y se retira

Para compensar ese contraste entre el blanco y el negro, el camarero del bigote trae ahora dos pequeños frascos de cristal llenos de sal. Los abre con cuidado y se los pasa a los niños para que los huelan (A Lucía le gusta el primero; a Daniel, el segundo). Deja caer pequeños trozos por el plato. Minúsculas semillas transparentes a punto de germinar.

Los dos camareros dicen a la vez : “buen provecho”

Encima de nosotros tenemos una lámpara con lagrimas de cristal. Es posible que esos trozos pequeños de sal sean esa lágrimas pulverizadas. No vale cualquiera : tienen que ser las de días como hoy, con todas las mesas repletas, como si viviéramos diez años atrás, con dinero en el bolsillo, confianza en los ojos y la risa compartida del que nada en un mar sin medusas. 

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