domingo, 14 de octubre de 2012

Oídos sordos al Universo




Oídos sordos al Universo : Nunca había estado en el hipódromo. Hoy aprendo que puedes comerte un bocadillo de panceta por cinco euros, que el tiempo es bastante inestable, que el prismático es a la carrera lo que la radio al fútbol, que hay amazonas en las carreras, que aquí el tiempo va deprisa, que hay más asientos vacíos que llenos, que puedes apostar a que un caballo llega entre los tres primeros pero no entre los tres últimos, que los caballos corren más deprisa cuando pasan delante de ti y luego parecen frenarse, que hay que tener bastante imaginación para ponerle nombres a los caballos y que también aquí hay paddock.

La caverna de Platón nos sirve para representar nuestro trato con las ideas, pero faltan imágenes que nos expliquen las relaciones sociales. De tener a Platón al lado, le habría sugerido que se fijara en el paddock del hipódromo : su estructura es significativa. A la zona central sólo acceden los que están acreditados. La rodea un pequeño pasillo circular por donde avanzan los caballos con sus jinetes en su camino desde la pista a los ensilladeros. Por último, abarcándolo todo, el público. Poder, espectáculo, gente corriente. La claridad con la que se expone ese equilibrio de fuerzas me gusta, un recordatorio de cómo funcionan las cosas. No es sólo el poder económico, porque por ahí veo a Fernando Savater y a Abraham García. Es la nuez del poder, a secas.

Después de ver varias carreras, apostamos en la última para romper la distancia con los caballos. Daniel elige a “Coudon”. Lucía, a “Morning Muse”. 5 euros, la cantidad mínima, por cada uno de ellos. Con dinero de por medio, hasta la actitud de los enanos cambia. Se acercan todo lo que pueden a la pista y no dejan de prestar atención a la narración de la carrera. De los trece caballos que aparecían en el programa, sólo corren nueve. Eso aumenta la posibilidad de que alguno de los que apoyamos quede entre los tres primeros. Pero pronto descubrimos que no vamos a tener suerte porque los dos se van retrasando. “Morning Muse” llega el octavo y “Coudon” el noveno.

Como ninguno de sus caballos ha ganado, los dos quieren que les devuelvan su dinero. No entienden que además de ver perder a tu caballo, te quedes sin el dinero. Deben pensar que el ganador ya tiene suficiente con ser el primero y que es al que llega el último al que habría que compensarle su derrota. Es una forma de verlo.

El ganador es “Avon Ferry”, una yegua inglesa. Durante un tiempo trabajé en Avon. Quizás todo ese periodo que estuve allí solo tuvo como razón que hoy, en mi primera visita a un hipódromo, en mi primera apuesta a un caballo, no lo dudara y me jugara todo mi patrimonio y lo adyacente (desde la casa de mi madre al coche del vecino) a esta yegua. El pasado se destilaba en ese nombre. Mi futuro de hombre rico estaba frente a mí : con solo un gesto podría saltar por encima del pasillo de los caballos y entrar directamente en el núcleo del poder (¡Hola, Savater!; ¡Hombre, Abraham!). Pero qué fácil. Sin dudar, así tendría que haberlo hecho. Pero no, no va a creer uno en estas cosas, en estas tonterías. Demasiado fácil, pienso, y después pienso otras cosas más objetivas hasta que, pensando y pensando, me quedo en una nada muy justificada.

Así que salimos de la última carrera cariacontecidos pero poco : hay una zona en la que tomarse unos vinos, unas tapas de jamón, y en donde quitarse los zapatos para sentir en la hierba bajo los pies la parte mullida del domingo.

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