domingo, 7 de octubre de 2012

Medio pollo para Norman Foster




Medio pollo para Norman Foster : El restaurante Tudanca no salió del estudio de Norman Foster. Tiene el diseño de todos los restaurantes de carretera : su aparcamiento, su barra para que te pidas un bocadillo, sula zona del self-service y sus manteles de papel recomendando el cordero lechal (su especialidad). No le falta su máquina de sorpresas a un euro ni sus petunias en las jardineras de la entrada.

En el restaurante hay mucha gente comiendo. Es la hora de comer y no es extraño. Esta frase tiene sentido (un poco de paciencia) porque, además, hay mucha gente trabajando. Eso es lo que sorprende. Mires donde mires verás a alguien haciendo su función, lo que tiene dos efectos positivos : que cada uno puede dedicarse a lo que tiene que hacer y que eso les libera de una tensión que les permite estar de buen humor. Es cierto que podrían haber elegido ponerse melancólicos, o contemplativos o introspectivos, allá cada cual, pero todos parecen estar de buen humor.

Un ejemplo : la chica que viene con la ración de morcillas a nuestra mesa, le quita el papel que envuelve el plato y nos la deja con un “que aproveche”. Más ejemplos : el hombre con camisa de rayas que abre y cierra el acceso al self-service quitando y poniendo un cordel de portero de discoteca; la que sirve los platos calientes, que sujeta su cuchara con la dignidad de un cetro; la que te cobra al final, capaz de calcular el precio de tu bandeja antes de que lo confirme la máquina; la que recoge las bandejas de las mesas con una eficacia que le permite seguir las noticias sobre el Barça-Madrid de esta noche en la televisión mientras pasa una gamuza por la mesa. No sé si es realmente una gamuza, pero tenía ganas de probarme esta palabra en la frase.

Bullicio de macarrones con tomate, mitad de pollo asado, cuajada, botellas pequeñas de vino, yogures y tortas de jamón serrano.

Si quieres ver algo de Norman Foster, sólo tienes que alejarte unos cuantos kilómetros. Todo el diseño de las bodegas Portia lleva su firma. Los dueños, que tenían treinta millones de euros, dijeron : veinticinco para las obras y cinco para Norman. Norman afiló el lápiz y dijo “vale”. Y se puso a ello.

La bodega es impresionante. George Lucas habría podido rodar la mitad de la Guerra de las Galaxias en ella (el tiempo dedicado a la otra mitad podría haberlo pasado bebiendo Ribera). En general, la estética va de la mano con lo práctico, aunque hay veces que, Norman es Norman, se impone lo estético. No importa. El diseño es espectacular : parece que estuvieras en un gran museo antes de que lleguen las obras para la exposición. Los pasos de la guía se pueden escuchar por pasillos y salas con ese eco que te permite medir la dimensión del dinero invertido.

Aquí también es la hora de comer (el huso horario no cambia en Burgos), pero lo que no se ve es personal. La cuenta 640 (guiño a los del gremio) está apretada como un corsé. La misma guía es la que te vende los vinos en la tienda, pero no hay nadie que la ayude si la lectora de tarjetas deja de imprimir el recibo y la cola de clientes se impacienta. Todo por ese pequeño rollo que ella coloca del derecho, del revés, del derecho, murmurando suaves lamentos con los que quiere convencer a la máquina de que haga su trabajo. Los veteranos ya sabemos eso de que “En el espacio nadie puede oír tus gritos”.

Mejor no están los que atienden la cafetería. Parecen la primera línea de defensa en Stalingrado antes de la gran ofensiva rusa. Prisas. Nerviosismo. Aquí parece que el tiempo se escape más deprisa, como si el reloj tuviera agujeros. De balas rusas, tal vez. Preguntamos por unas tapas. El camarero, que corta el jamón, que sirve la mesa, señala con la cabeza unos pinchos ya listos. No sabemos si tenemos que servirnos, si quiere que vayamos a la cocina a hacernos unos cuantos con estos como inspiración. Esperamos sentados en una terraza muy de Foster. Esperamos, digo. Foster, Norman, de quien vi el documental que controló su mujer. Impresionante. La hora de comer. Y los niños con hambre, que el reloj de su estómago no tiene fugas. Nos tenemos que ir, tanta arquitectura para tan poca gente.

Tudanca, pues. El sitio al que invitaría a venirse a comer a Norman Foster (que pida un poco más de salsa con el pollo) cuando le apetezca dejar de ser Norman Foster por un rato.

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