lunes, 22 de octubre de 2012

Bienvenidos a Dublín




Bienvenidos a Dublín : 

“Por espacio de varios días, la niebla de febrero se había asentado y no daba el menor indicio de que fuese a levantar. En el silencio embozado la ciudad parecía presa del desconcierto, como un hombre al que de pronto le fallara la vista. Los transeúntes, como inválidos, avanzaban a tientas en medio de una oscuridad permanente, pegándose a las fachadas de las casas y a las barandillas y deteniéndose con incertidumbre en las esquinas, para pisar con cautela las aceras en busca del bordillo. Los automóviles con los faros encendidos aparecían de pronto como si fueran insectos gigantes, dejando a su paso un reguero lácteo de humo de escape. El periódico de la tarde traía a diario el cómputo y la relación de los contratiempos sufridos”

“A propósito de April” – Benjamin Black – Página 9

No sé si leer cambia, pero de lo que estoy seguro es de que por mi culpa, por la atenta lectura de “En busca de April”, una historia de Benjamin Black que transcurre en una Dublín cubierta de niebla, hoy Madrid amanece así .Yo también me hago el sorprendido para que no se me note, pero no hay ninguna duda de que esta niebla que nos rodea a todos es la misma  en la que, de forma solitaria,  llevo viviendo unos cuantos días.

La niebla de esta mañana amplia el escenario de la novela como en esos videos musicales en el que las paredes del cuarto caen y descubres al grupo (del que te olvidarás cuando empiece el siguiente tema) tocando en el campo. Hoy Madrid es esa Dublín de los años cincuenta : en el metro no me sorprendería encontrarme con alguno de los personajes de la novela al levantar la vista del libro.

No estaría mal que la intensidad del libro también se derramara sobre la realidad de este lunes como (aquí va otro como) el chocolate denso de un pastel. Benjamin Black (John Benville) es un gran escritor porque, entre otras cosas, te convierte a ti en mejor lector. Sus libros son una lección de cómo construir diálogos, describir actos, crear escenarios, trabajar con la información, manejar las elipsis y, sobre todo, construir personajes. En esto último, Banville (Black) es especialmente bueno. Pega el oído a cada uno de sus personajes (es fácil imaginárselo atento al fonendoscopio) para saber cómo les afecta los pequeños hechos de cada día. Todo, dice Benville, tiene una consecuencia y él está ahí para registrarla, para contar cada uno de esos ecos, ya sea grande como un trueno o leve como el sonido de una gota al caer en el tejado.

A propósito de Quirke, el protagonista, y algo que suelta amarras :

“Colgó el teléfono y pasó un buen rato recostado con las manos en el cogote, mirando trabajar a Sinclair, aunque sin verlo. Isabel Galloway seguía ocupando todos sus pensamientos. Su imagen, la fresca, alargada, pálida longitud de la mujer, lo tenía obnubilado. No era como las mujeres a las que estaba acostumbrado. Pasada aquella noche en su casa de Portobello, en la que los dos cisnes se deslizaban sobre el agua a la luz de la luna, había empezado a aflojarse en él algo que llevaba toda la vida preso, algo que había soltado amarras con un chirrido, con un roce, como un glaciar que avanza, como un iceberg que se rompe” (Página 182)

La realidad, dice Banville, al rozarnos (y no deja de hacerlo) provoca sonidos, reacciones, agita pensamientos, remueve el pasado, estimula el deseo y nos obliga a preguntarnos qué sabemos de los demás (ocultos tras esa niebla que existe en las relaciones) y de nosotros mismos (envueltos en nuestra propia niebla). Él lo va mostrando página tras página colocando todos los elementos de cada escena para que la presencia de cada uno de ellos adquiera valor y se lo dé a los demás, con lo que se tiene la impresión de que nada sobra y de que no solo estás leyendo una historia, sino viéndola desde fuera y desde dentro.    

Por eso no me sorprende esta niebla que hoy envuelve la ciudad. Bienvenidos a Benjamin Black.

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