sábado, 6 de octubre de 2012

El epicentro de un silencioso bullicio



En el epicentro de un silencioso bullicio : La N-122 es la Ruta 66 del tempranillo, el camino que hay que recorrer si te gusta el vino. Desde Peñafiel a Valladolid se suceden las bodegas y las vides con ese juego, muy en plan Hollywood, de relacionar una construcción con un nombre que has pronunciado muchas veces en un restaurante. Ahí están las grandes referencias, las bodegas como castillos de diseño y las viñas, a sus pies, ejerciendo de tranquilos ejércitos mostrando en silencio su poder.

Pocas veces he experimentado con tanta fuerza la sensación de estar en el epicentro de algo como en Peñafiel. Basta con levantar la vista para ver en los cruces señales que marcan los diferentes caminos a las bodegas en una acumulación de referencias que acaba aturdiendo. Tantas bodegas, tantos etnólogos, tanto esfuerzo por seguir creando nuevas marcas, nuevas etiquetas, nuevos matices.

Estamos en Octubre : por los caminos se ven tractores con los remolques llenos de racimo. En Finca Villacreces, por ejemplo, la vendimia empezó el miércoles pasado, pero si visitas la bodega tendrás la sensación de que todo está detenido,: el suelo está limpio, la sala de la primera fermentación permanece en silencio y, aunque la busques, no encontrarás una sola uva. Se trata de mantener la luz y el calor lo más alejado de todo el proceso y la propia guía habla en voz baja, como si cruzáramos una sala repleta de recién nacidos durmiendo. Lo único que delata lo que está pasando es ese olor ácido que te recibe tan pronto entras en una bodega capaz de producir doscientas sesenta mil botellas. Se diría que el objetivo es que la uva pase por todo el proceso dormida, como si así su fermentación fuera a ser más reposada, más intensa. No es de extrañar que existiera relación entre los monjes (los cistercienses en este caso) y el vino : no por el vino en sí, sino por un proceso que, en muchos puntos, parece aplicable al propio tratamiento del espíritu, como si ambos se reforzaran.

Servido en la copa, el vino parece querer convocar todo aquello que le han alejado. El calor. La luz. La conversación. El ruido. La guía ha abierto una botella de Flor de Vetus y basta con el olor para reafirmarse en la impresión de que se está en el sitio justo : por la ventana se ve un césped cuidado y a tres niños jugando, el olor gana en intensidad después de agitar un poco la copa, la guía le quita el papel a un plato de queso para que lo probemos. Con la copa en la mano, ya no hay prisa.

Se pueden hacer planes ambiguos. Regresar a Peñafiel. Tomar más vinos con pinchos. Pasear por el pueblo y fijarse en esas tiendas que presentan, como reclamo, cajas vacías de vino de bodegas cercanas apiladas. Tentaciones.

No hay prisa.

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