jueves, 9 de octubre de 2014

La altura de los paraguas



La altura de los paraguas : Por el patio se alejan una madre con sus dos hijos caminando sobre sus reflejos en el suelo. El paraguas de la madre es negro y grande. Sus hijos llevan unos paraguas rojos con un dibujo que no logro distinguir. A la altura de la madre, la lluvia parece  algo amenazante. Le basta con recorrer la distancia que hay con los paraguas de los dos niños para convertirse en algo festivo e inocuo.

Como un paraguas negro más, el día tiene titulares parecidos al que aparece en El Confidencial a las 23:47 “La auxiliar de enfermería contagiada de ébola se encuentra en estado "muy crítico". Por debajo de él, igual que los paraguas rojos, la noticia del Nobel a Modiano, un párrafo del cuento de Charles Baxter “Los cincuenta y dos años de casados de Horace y Margaret” o un cruasán que preparo solo en la cocina con queso y jamón. La loncha de queso cortada exactamente por la mitad.

“Atravesaban un mundo lleno de detalles. Las aceras se descomponían en dibujos con formas de telaraña. Había una pistola de agua verde en la mano de un niño, pero el autobús iba demasiado rápido para que a Magaret le diera tiempo a ver el resto del cuerpo. Reparó por azar en un árbol donde un pájaro pardo volaba del nido. Algo terminado en rojo. Petirrojo. La cabeza del conductor del autobús, que de pronto tapaba el sol, relucía con un sutil lustre gris plomo. En al estructura de barras de un parque infantil, un niño con una sudadera verde, más pequeña que la de Horace, estaba colgado bocabajo por las rodillas de un travesaño de hierro. Margaret lo miró asombraba. ¿Cómo era posible que un ser humano se colgara así de un travesaño de hierro? Y no solo eso, sino que ¿a quién se lo ocurría semejante idea? Antes de dar con na respuesta, el niño desapareció de la vista, y en su lugar apareció otro detalle, una gaviota posada orgullosamente en el sendero del jardín de una casa, con expresión arrogante. La gaviota le levantó el ánimo a Margaret. Admiró su aplomo. Los demás detalles que vio no resultaron tan estimulantes: un anciano, blanco todo él, dormido el en umbral de una puerta; dos jóvenes frente a una escuela de artes y oficios, besándose bajo un árbol (el árbol y el beso le provocaron cosquillas en al piel), y, por último, una nube grande y densa de humo de un color rosa fuerte explotando en el patio trasero de una casa, o de un cobertizo, tras incendiarse o que lo dinamitaran. Incluso le llegó el olor a quemado. El autobús siguió adelante y Margaret lo olvidó”

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