sábado, 31 de marzo de 2012

Un cuenco de brillantes cerezas




Un cuenco de brillantes cerezas : Durante casi todo el año, los dos árboles tienen menos vida que las macetas rotas que están encima de las tablas que cubren el pozo. Haces una foto y te sale una naturaleza casi muerta. Si no fuera por esos casi, no habría post.

De repente, la Naturaleza aprieta por un lado y por el otro salen multitud de flores blancas que llenan las ramas. Son tantas que logran que dejes de dar vueltas alrededor de dos o tres ideas a las que no les quedan ya jugo, como mazorcas sin maíz,  y te quedes mirando, asombrado. La primavera es esto.

Unas cien abejas se mueven entre las flores, recubriéndolo todo con un zumbido caliente, vibrante, que añade sonido a una imagen que el resto del año permanece muda. La Naturaleza no dosifica y lo ofrece todo a la vez, de manera desbordante, reafirmándose a través de un exceso que se contagia al que se queda mirando.

Basta mirarlo y escucharlo todo con un poco de atención para añadir un nuevo matiz al concepto de regalo.

Me acerco a las flores para ver cómo trabajan las abejas. Pienso en trabajar, pero no sé si ese concepto existe entre los animales o es una invención humana. Colocarse debajo de los árboles es como introducirse en el núcleo de un huracán. Me fijo en una abeja metiendo la cabeza en una flor. En las patas tienen pequeños grumos de polen amarillo. Todo esto lo estudié en el colegio, en un texto que, como los árboles, permanecía casi muerto y en silencio, esperando también este momento. Polen, flor, néctar, libar son palabras que, por fin, son plenamente útiles, como llaves que abren la cerradura.

Las abejas saltan de una flor a otra, como si esa abundancia las aturdiera y no pudieran centrarse. En ese movimiento aparentemente caótico hay una base sexual que es la que justifica la escena y que, tras ese intercambio de patas y cuerpos impregnados, se derramará en una miel dulce y viscosa.

Así que estoy siendo testigo de algo que apenas va a durar unos días, porque la Naturaleza invita a una ronda con el fajo que lleva en el bolsillo pero se marcha cuando no queda más. Aviso a Daniel para que venga a verlo. Lo cojo y lo acerco a una de las flores para que pueda hacer el recorrido contrario cuando lea sobre esto en un libro. Todos los detalles están aquí, le digo. Fíjate en todo porque en unos días habrá desaparecido, le digo. Es de agradecer que la naturaleza se vuelva tan didáctica y que realice una parte de sus funciones a la vista. Aquí está la magia, pero lo que he leído apenas explica el truco.

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