viernes, 14 de septiembre de 2012

A doble velocidad




A doble velocidad : Uno de los hámster ya tiene nombre aunque él no lo sabe. Tampoco sabe que ésta va a ser la última noche que va a pasar en la tienda. Ni siquiera sospecha que, pareciéndose tanto a los demás, habrá algo en el diseño de su pelaje que hará que Daniel diga ése. ¿Éste?. No, ése. Ahora es uno más en ese grupo de bolas de pelo somnolientas que se pegan junto al cristal

En la esquina opuesta del expositor hay tres hámster recién nacidos temblando : su corazón parece bombear sangre con violencia, como si llevaran el motor de un coche más potente. Hay prisa por vivir. En su cara todavía no se distinguen bien los rasgos, como los rostros de esos ladrones de película cubiertos por medias. Se les marcan las pequeñas costillas.

El hámster cuesta cuatro euros con noventa y cinco céntimos. El precio está escrito con rotulador negro en un trozo de cartulina del que salen muchos picos. Está claro que lo que te llevas a casa es, básicamente, un corazón que no va a dejar de latir con urgencia cubierto por la falsa tranquilidad de una piel suave. 

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