martes, 4 de septiembre de 2012

La veta oculta




La veta oculta : Ya está : me quedo solo en el salón y me pongo a ver “El resplandor”, que empieza en una cadena. Es una película que nunca he visto entera y eso es algo, me digo, que tengo que arreglar. ¿Dónde voy sin haberla visto? ¿Quién va a tomarse en serio mis criterios cinematográficos (los tengo) sin alguien hace mención al final, justo al final de esta película y me quedo en silencio, mirándome los pies, jugando con las llaves en el bolsillo?. Venga “El resplandor”. La veo con atención de alumno, fijándome en todos los detalles como si fueran esas fichas que puedes rascar para ganar un premio. Eres inteligente. Has descubierto este guiño. Muy bien visto esto. Me falta subrayar en la pantalla algún diálogo de lo atento que estoy.

Por ejemplo : Le grito a la madre del niño que no, que ella no le ha dicho el nombre de su hijo al encargado negro. Joder que si grito, que creo que el encargado hasta se fija en mí y levanta un poco los hombros.

Paso la película por mi cabeza como la ropa recién lavada por esos rodillos antiguos que la apretujaban mientras le dabas a la manivela. De ahí, quizás, la asociación de pensar y darle a la manivela. O no. El caso es que, fotograma que analizo, fotograma que dejo seco como trozo de mojama.

Por ejemplo : Todas las luces están encendidas. Cuando vuelva el encargado después del invierno, le van a salir venillas rojas en los ojos cuando vea la factura.

En ese plan. Y entonces me duermo. Así.

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La edad. Y la ciudad, y la vida urbana, y los niños, y las preocupaciones (tampoco tantas), y los problemas de dinero (nunca hay bastante), y lo mullidito del sofá, y el silencio. Para mí que, siendo importante la edad, lo del silencio es crucial. Edad y silencio y da igual lo que pasen por la televisión. Me quedo así.

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Pero antes hay una secuencia muy interesante que a los que somos padres nos viene muy bien. Es la escena pharmaton complex de la paternidad. Interior noche : Jack Nicholson le pide a su hijo que se siente en su rodilla. Le pregunta que cómo va todo. Mucho cariño. El niño le responde que bien. Ya está.

Ser padre es difícil porque siempre tienes la oportunidad de hacerlo mal. No importa la de veces que encuentres motivos para ir con la cabeza alta porque es probable que no hayas llegado a una veta valiosa y profunda y que, conforme pase el tiempo, se hunda más y más.

Pero miras alrededor y todos parecen conocer el truco. Sonrisas de parque. Bocadillos de nocilla. Padres e hijos que llevan el mismo casco en la bicleta. Risas compartidas comiendo una hamburguesa (esto lo veo en un anuncio, pero me lo creo). Gritos de ánimo en el partido de fútbol. Fotos a la hija con su medalla en gimnasia rítmica. Todos dan con la veta y parecen relajados. Y tú como el que descubre al empezar la película que se ha metido en la sala que no era.

Jack Nicholson y su hijo en la escena en la que todo va bien. ¡Unos cojones!. Al padre ya solo le quedan tres teclas (consonantes) en la cabeza para escribir el guión de sus razonamientos y el hijo del “todo va bien” se dedica a recorrer los pasillos en su triciclo sorteando cuerpos ensangrentados de gemelas mientras pasa por puertas de las que caen litros de sangre como si se acabara de reventar un acuario de peces vampiro.

Kubrick te dice : todos andamos perdidos, con la nostalgia del hacha.

Capto el mensaje y viene la edad y me dice “a dormir”; y se suma el silencio “mira qué tranquilo está todo”.

No sé cómo termina la película (spoiler), pero al despertarme veo en un anuncio de la teletienda un cuchillo de cerámica que parece inofensivo. Como creo que no voy a dejar de escribir, sería bueno que descolgara el teléfono.

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