domingo, 23 de septiembre de 2012

Cientos de manos te llevan




Cientos de manos te llevan : La Central es a las librerías lo que la tarta Sacher a la repostería. No hay ni un centímetro de tregua : entrar en ella es sentir, de forma física, el peso de la palabra. Hay libros en la entrada, en las escaleras, junto al futbolín. El lema parece ser : ni un resquicio para lo virtual. Todo es jugoso y apetecible. No sé dónde se metían los patos de Holden, pero estoy seguro que los libros de las librerías que cierran se vienen aquí porque el edificio, saturado de palabras (las letras se dejan caer por las ventanas y resbalan por las paredes del pequeño patio), parece un refugio que hace de tienda, o al revés.

El caso es que esta gran tarta Sacher me estimula la curiosidad y, como respuesta, se me despierta una ligera euforia, que aparece, brillante y caliente, entre los restos apagados de la hoguera. Entonces sigo siendo consciente de mis limitaciones, pero me encuentro con la confianza suficiente (la euforia la lleva de la mano) para poder subir de división intelectual si me leo este libro, y éste, y éste, y éste. Los compraría todos para adoptarlos. O al revés.

La euforia intelectual comparte genes con la provocada por un Ribera, por lo menos en lo que a mí respecta : todo es más fácil y ligero. Así de ligero subo y bajo las escaleras y me muevo entre los libros expuestos con la seguridad de que, mire donde mire, voy a encontrar algo que me guste. Simplemente, me dejo llevar por los títulos como esos cantantes que se lanzan al público para que cientos de manos los lleven de un lado para otro.

Mientras esas manos me mecen, pienso que es un buen sitio para venir con niños, para que ellos también perciban las dimensiones de la cultura y empiecen a sospechar que en un espacio como éste es más fácil que los libros te encuentren porque, seas quien seas, se te ofrecen todos, algo que los algoritmos de Internet, con sus filtros, no hacen. Claro que se ofrecen los libros.

Por ejemplo : “Segundas crónicas”, de Antunes, que, viendo que no le hago caso en casa (oculto o perdido), se me presenta en edición de bolsillo para que le de su oportunidad ahora.

Por ejemplo : “Cuentos por teléfono”, de Gianni Rodari, para contrarrestar la falta de imaginación de los programas infantiles.

Por ejemplo: “Una cuestión de fe” de Enric González, que me recuerda que le quería mandar “Grupo salvaje”, de Jabois, a un pirata de Burgos.

Sigo subiendo y bajando pisos con la impresión de moverme en el mismo plano, como en un cuadro de Escher. Bajando y subiendo.

Me acerco entonces a un dependiente que arrastra libros como si fuera una versión adaptada de Sísifo. Le pregunto por “Grupo salvaje” sin darle más pistas, como reto y por disfrutar un poco del placer de añadir sufrimiento a alguien. Un poco más cabrón y me convierto ya en el águila enviado a comerse sus tripas. El hombre piensa un poco. El hombre tiene barba. El hombre no necesita rascarse su barba porque debe tener el cerebro fresco y jugoso como una buena burrata.

-Abajo, junto al futbolín.

Y ahí está. Descansamos un momento en la cafetería que tienen en el primer piso. No ofrecen ningún zumo de libro. El vino es malo. No importa. Uno se sienta en estas mesas de madera para recibir algo de ese trasiego de personas y de libros, como el que una noche europea se asoma al balcón en Concha Espina para empaparse de ese ambiente que desprende la gente entrando en el Bernabéu. No ha estado en el fútbol, pero casi. Yo tampoco leeré esos libros que lleva la gente, pero casi. 

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