lunes, 17 de septiembre de 2012

Doble conspiración




Doble conspiración : Hay una conspiración de los abuelos, un plan meditado y bien organizado que se descubre fácilmente. Le digo a Daniel que se suba el jersey y ahí veo, encajada en el pantalón, una peonza de última generación (Entrada USB,GPS,IVA y ABS). Es azul y brilla como el lomo de un delfín. Le pido lo mismo a Lucía con idénticos resultados : la suya es roja y también brilla, como el neón de un estreno en un charco.

La conspiración, decía, existe y es ésta : consiste en llenar el cuarto de los nietos de juguetes, cromos, figuras o balones para poder exclamar, cuando lo ven, que los niños ahora tienen de todo y que antes se entretenían con una caja de zapatos. Se podría llamar la conspiración de la caja de zapatos. O la de los abuelos, a secas.

No es un plan excesivamente peligroso (es probable que resulte más arriesgado ver a un gato lamerse una pata en un charco de sol) ni concentrado (los abuelos llevan años con él y es posible que lo dejen cuando puedan realizarlo con sus bisnietos), pero está ahí. Como el proceso de la clorofila o el tiempo de gestación de los elefantes : conocerlo está bien.

(Aquí vendría una pequeña entrevista a un psicólogo de televisión para que hablara sobre esa necesidad de los abuelos de defender su pasado reivindicándolo; y luego otra pequeña entrevista a una psicóloga para que hablara de esa necesidad de los abuelos de reivindicar su pasado defendiéndolo)

A falta de psicólogo, me encojo de hombros. Mi madre se disculpa como si de esos minutos en los que entró en la tienda a comprar las peonzas no quedara rastro en su cabeza. Quizás es que fue abducida al salir por unos marcianos que, en venganza por esa sonda que les hemos metido en casa, van robando minutos de memoria a la gente (a éste, a ésta) para que no quede rastro de lo que vamos aprendiendo de su solar rojo. Conspiración sobre conspiración.

Me encojo de hombros y suspiro. Ya sé que mi futuro se va anunciando en lo que veo a mi alrededor y que acabaré enfrentándome a él como el viajero que, empujado por los demás, termina al fondo del vagón del metro. Por eso no digo nada. Dentro de unos años yo mismo acabaré formando parte de esta conspiración y entonces, sólo entonces, podré disfrutar del placer de decir que los niños de ahora lo tienen todo y que cuando yo era pequeño nos conformábamos con un Spectrum y su teclado de goma para jugar. Todo llega. 

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