miércoles, 26 de septiembre de 2012

El tercer movimiento




El tercer movimiento : Se pasa toda la noche lloviendo. Podría hacer una descripción de cada cambio de ritmo y sonido porque me despierto cada vez que se produce. Si reflejara las franjas de insomnio aparecerían como las capas de tierra en un análisis geológico. ¿Por qué parezco tan atento a la lluvia cuando duermo? Tal vez tuve un antepasado agricultor, capaz de leer cualquier nube, que revive cuando nota cerca el agua. Una gran habilidad desperdiciada porque entre el campo y yo siempre están las estanterías del Mercadona.

Los que defienden que aquí sólo tenemos dos estaciones cambiarían de opinión si se pasaran toda la noche en este estado intermitente que no te permite estar lo suficientemente despejado para pensar ni sacarle utilidad al sueño cuando llega. Básicamente, esta lluvia es el anuncio de que el Otoño, con mayúsculas, ha llegado, con esa contundencia de bola de cañón con la que Ronaldo le colaba el balón al portero del Atleti en el primer minuto. Uno a cero para el Otoño.

A lo largo del día me olvido de esta vigilia de diluvio. Hablo con la comercial de una empresa a la que han echado el viernes pasado tras quince años trabajando ahí. La llamaba para preguntarle por un precio y es ella la que me pide permiso para mandarme su currículum. Para la crisis no hay estaciones, solo matizaciones en la intensidad de su avance, con la voracidad y la perseverancia de un grupo de termitas royendo los pilares del sistema. No noto ni rabia ni desesperación en su voz, sólo resignación : los de abajo sabemos algo que arriba no quieren admitir, que a partir de ahora las sillas van a ser cada vez menos y la gente corriendo alrededor más.

Por la tarde tengo cita con la dentista, que siempre está de buen humor. Esta vez solo me pone anestesia en la parte de arriba de la boca. Cada poco tiempo me pregunta si me molesta. Trata mis dientes con el cuidado con el que una pediatra palpa a un recién nacido. Aunque de vez en cuando pediría un pinchazo más de anestesia, le digo que todo va bien porque eso sería no corresponder a su cortesía. Todo va tan bien que puedo prestarle atención al hilo musical, a la mascarilla que lleva al dentista, al ruido que hace el tubo al succionar mi sangre, a la rigidez de mi lengua, al brillo de la lámpara : detrás de todo esto, como el perro atado a la carrera que cierra el desfile, un dolor en el que puedo o no fijarme. En esto sí que cualquier tiempo pasado fue peor.

A la salida veo que el cielo está cubierto. El aire sigue limpio y fresco y en la acera hay pequeños charcos a los que las nubes han protegido todo el día. Cuando llego al coche me fijo en un árbol al lado que me llama la atención. Parece la versión gigante de esos pequeños que venden, en macetas de lata, en los IKEA. Creía que esos árboles no crecían, que eran los eternos caniches del reino vegetal, pero aquí está la prueba evidente de que no. En otro momento no habría establecido ninguna relación entre los dos, pero es probable que un poco de anestesia haya subido a la zona del cerebro que se ocupa de la causalidad y que ahora acepte como obvia esa conexión. Es más, decido que este cambio se ha producido esta noche como efecto de esa lluvia no solo densa, sino fértil. Justo el tipo de lluvia que necesitamos que caiga sobre nosotros este Otoño. 

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