jueves, 6 de septiembre de 2012

La casa del tercer cerdito




La casa del tercer cerdito : Ya sé cómo y cuando empezó la crisis : en el instante en el que un Ministro de Economía presentó los Presupuestos del Estado en un pen drive. A todos, incluido yo, nos pareció bien que el Estado se acercara la calle y utilizara un dispositivo tan  integrado en la cacharrería doméstica como el mando del coche o las pilas gastadas de los cajones. Es posible, fantaseé, que junto a los cuadros de Excel hubiera una carpeta con las fotos del verano o la última de Harry Potter recién bajada. El poder y el pueblo unidos por esa unidad externa con aires de mascota.

Para el pasado quedaba esa furgoneta blanca, con las puertas bien abiertas, de la que dos tipos con el mono limpio bajaban tomos y más tomos repletos de cifras calientes, encajadas entre sí con el cuidado con el que se levanta la Torre Eiffel a base de cartas. Debía haber en ese trabajo tan agotador cierta intención de permanencia, ese cuidado de madre por ofrecer unas cifras fuertes, sanas y, a su modo, definitivas, criadas a base de bocadillos de tulipán.

A cambio de ese tuteo entre ministros y lectores habituales del Marca, se acababa con la seriedad de las cifras porque cambiar un número era ya fácil : bastaba con remplazar el documento antiguo. Ahora la Torre Eiffel se construye con cartas virtuales. Por eso se dice una cifra definitiva del déficit que luego se sustituye por otra cifra definitiva que es corregida por otra cifra definitiva. El Excel lo acepta todo y el pen drive sustituye cada cambio como si nada.

Pienso en todo esto cuando veo en el salón, encima de la mesa, dos diccionarios gruesos. La rotundidad del saber. Se los han entregado a los mellizos como parte del lote de libros que han distribuido en el colegio en su primer día de clase. María se queja de lo que pesaban, pero es que ésa es la primera lección que han recibido hoy : el saber tiene que pesar, tiene que ocupar un volumen, tiene que estar definido por una cantidad de libros. En el caso del diccionario, ese recorrido del índice por un diccionario buscando una palabra hasta que, acercándose a ella, se frena como la bola en la ruleta señalando el número ganador, crea un vínculo entre el significado descubierto y el lector totalmente distinto al que ofrece la consulta rápida en la página de la RAE.

Es probable que dentro de unos años los mellizos se presenten en casa con un pen drive repleto de toda la información del curso, que se lo saquen del bolsillo y que lo dejen olvidado en algún sitio. Tendrán disponible información para sacarse los cursos de cinco en cinco, pero se perderá algo que ahora es fundamental : esa sensación de conquista que se obtiene cuando se pasa en el libro una hoja ya aprendida. Ese mensaje sobre la propia estructura del aprendizaje, lento, directo, manual y capa tras capa.

Puede decirse que es una teoría pedagógica  de guía telefónica, pero en este caso la defiendo y la defenderé hasta que estas generaciones aprendan a darle valor a lo virtual, algo que ahora no se hace ni en los pisos altos del Estado. Por esta razón, me temo que una de las condiciones del futuro rescate nos obligará a presentar los Presupuestos otra vez impresos : será como volver al lápiz después de haber pasado al bolígrafo, pero es que no aprendemos.

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