domingo, 16 de diciembre de 2012

El elefante




El elefante : Cinco bocadillo de calamares en el escaparate, Bob Esponja te enseña un globo, un quinceañero pulveriza con agua unos trozos de musgo, una chica le pregunta a su amiga, sola en un puesto, qué tal está, un vendedor te ofrece una lámina que, entre los dientes, te permite emitir un silbido agudo, la chica del puesto responde que bien, le digo que no al vendedor, que busca pronto a otro posible cliente, las cuerdas de treinta o cuarenta globos se unen en la mano de un hombre delgado que va paseando lentamente, sé que la chica responde bien pero que piensa lo contrario, figuritas con el precio en una etiqueta pegada en la cabeza, los movimientos de Bob Esponja con el globo son un poco torpes, figuras de barro, de plástico, de resina, Daniel quiere un elefante para el Belén, junto al carrusel hay varios fotógrafos que mantienen sus objetivos quietos, esperando, mires donde mires, hay alguien consultado algo en el móvil, esas etiquetas sobre la cabeza son las que hace mucho tiempo llevaban pegados los artículos en el supermercado, ahora sólo quedan en las tiendas de los pueblos, buscamos un panadero para nuestro Belén, un voluntario, en el medio de un corro de gente, sostiene un sillín que va sobre una barra que se apoya en una única rueda, ¿encaja un elefante en un Belén?, nuestra primera respuesta es que no, nos cruzamos con un grupo de personas disfrazadas de superhéroes que se deja hacer fotos, no encontramos al panadero ni aquí, ni aquí, ni aquí, se diría que el de los globos, que forman una medusa metálica, los saca de paseo, siempre hay un padre o una madre alejándose el móvil de la cara y diciéndole a un niño o una niña que sonría, todo son piernas cuando controlas a tus hijos para que no se pierdan, al ver esas etiquetas, las recuerdo sobre un paquete de pan de molde, es en lo primero que pienso, Daniel insiste en lo del elefante y yo busco una excusa para decirle que sí, un elefante es algo grandioso y puede ocupar el hueco del buey y el burro, que ya no son oficiales, tampoco aquí está el panadero, todos los vendedores de los puestos parecen actuar con la misma tranquilidad, como si hubiera recibido un curso para aguantar la avalancha de preguntas, si me doy cuenta de todos estos detalles es porque estoy un poco distanciado, lo sé, sí encaja el elefante : ¿dónde iban a llevar lo que necesitaban los reyes para el largo viaje?, siempre pensando que todo sucede sin ese esfuerzo que representa el elefante, vamos llenando una pequeña bolsa de plástico con figuras, como en una tienda de gominolas, cuando Daniel vuelve al puesto a preguntar, contento, cuánto cuesta el elefante, le responden que va en un lote de más figuras, la Plaza está llena, acabamos encontrando a la panadera, cuatro euros, en uno de los últimos puestos que visitamos, los globos, realmente, son una indicación para que mires un momento arriba y veas esos aros que cuelgan de unos cables como una invitación a preguntarte, antes de meterse en este barullo, qué es lo que realmente deseas. Los adultos lo aplazamos y nos dedicamos a comprar respuestas con todos los billetes que tenemos en los bolsillos, después, con las monedas. Lo niños no parecen tener ese problema : están hechos de deseo. Por eso ellos son los Reyes y nosotros la caravana de elefantes que les sigue.

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