viernes, 3 de mayo de 2013

Tarde de estreno




Tarde de estreno : La edad te va alejando de lujos como éste : el batido de Oreo coronado con nata del Vips. Voy a repetirlo porque escribirlo es como marcar el teléfono de teletaxi para ir al aeropuerto a coger un vuelo a un país lejano y exótico : el batido de Oreo coronado con nata del Vips. Partiendo de una fotografía, sé calcular  cuánto tiempo necesitaría correr en la cinta para quemar, como en una pira india, las calorías. En este caso, tendrían que cerrar el gimnasio toda una semana para mí. Pero entre comerlo y pasar a las ensaladas, hay un término medio : sugerirle a Daniel que ésta es una gran merienda. Objetivamente hablando, no es buena, pero subjetivamente, lo es, y muy grande. Si te tiras por el tobogán de la frase “por la tarde meriendo en el Vips un”, solo puedes acabar cayendo en este batido. Así que paso las páginas del menú hasta detenerme en él. Lo pongo tan bien que por un momento temo que Daniel se lo pida para Reyes. La estrategia es llevarle hasta ese punto en el que lo pida porque quiera, no porque piense que deba hacerlo por mí. No es fácil. Tiene que ser su batido, no el mío. Me quedo en el silencio del vendedor de coches que como último argumento le ha enseñado sus tatuajes al cliente. Daniel duda. ¿Entonces?. Vale. ¡Vale!. Lo que traen es exactamente lo que aparece en la fotografía, lo que ya es suficiente como para convertir este sitio en lugar de peregrinación porque la realidad y el deseo se mezclan igual que las familias de los novios después de vaciar la barra. Este va a ser un gran momento para Daniel, pero tengo que mantenerme en silencio para que la magia, como un pájaro susceptible, no eche a volar. Lo veo comérselo con placer, con la inocencia del que piensa que toda la comida es sana y me doy cuenta de que estamos programados genéticamente para disfrutar con aquello que peor nos sienta : curiosa especie. Pero hoy no le voy a dar ningún sermón sobre la pirámide alimentaria para no tener que explicarle que, para que la cúspide brille con el pan integral o el brócoli, es necesario que en el camino hacia ella chapotees en nata. Todos sus gestos son los de una obra que me sé de memoria porque yo también la he representado. Desde el dedo en la nata hasta el vaso bien elevado para recibir la última gota en la lengua. Cuando lo termina, siento en el estómago esa alegría culpable del que se ha comido lo que no debía y le ha dado lo mismo. Igual pedimos unas ensaladas para despistar a la conciencia, si es que se presenta. 

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