martes, 21 de mayo de 2013

La amenaza del dragón




La amenaza del dragón : El pegamento que utilizamos en casa son las barritas que asoman la cabeza cuando giras las base : a la derecha, hacia arriba, a la izquierda, hacia abajo. Son cómodas, no manchan y resultan fáciles de usar pero tienen sus limitaciones porque no dejan de ser sustitutos.

No sirven, por ejemplo, para montar esas figuras troqueladas que venden en las tiendas de artículos de papelería. Desde la Estatua de la Libertad (basta con ver dónde pone uno las mayúsculas para conocer sus inclinaciones políticas) hasta un oso, pasando por ciervos, lobos, ardillas, conejos y el auténtico reto : el dragón. Si no sabéis qué hacer una tarde sábado, comprad el dragón (long, en chino, para que vayáis avisados) y ya tendréis tarea hasta el lunes. El dragón es la final de la Liga de Campeones de los troquelados, la prueba definitiva que le sirve a un hijo para saber cuáles son las limitaciones manuales de su padre.

Compramos un tubo de pegamento para tener todos los elementos necesarios para montar el dragón. Para romper el cierre hay que darle la vuelta al tapón y empujar hasta que notas que la pequeña membrana metálica cede y surge el pegamento. Por ese pequeño agujero también sale parte de mi infancia y reconozco que dejo que se derrame un poco mientras lo veo y, sobre todo, lo huelo : lo acerco para percibirlo con la atención de un sumiller ante la botella de colección.

Proust debería haber esnifado un poco de este pegamento. El olor me trae el pasado. O, más bien, me demuestra que camina a nuestro lado pero que vamos perdiendo la forma de saltar hacia él. El pasado son los discos  en una época de mp3. La calculadora en un tiempo de Excel. En ese plan. Este olor es parte de mi biografía y me doy un paseo por él gracias a las neuronas que se van encendiendo como las olvidadas luces de un árbol de Navidad para marcarme el camino. Una vuelta en toda regla.

Hoy veo que, junto a la tapa, se ha solidificado un poco de pegamento que se ha salido. No me extraña porque de pequeño me pasaba lo mismo. Lo quito, hago una pelota y la vuelvo a oler. La aprieto entre los dedos y pienso que un buen cocinero haría que, al morderlo, te supiera a tigretón : el viaje definitivo al pasado del que volver con fuerzas para enfrentarse al dragón.   

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