domingo, 19 de mayo de 2013

Atravesado por las nubes




Atravesado por las nubes : Faltan quince minutos para que abra la FNAC : el cierre está echado y se ven algunas luces por dentro. Me imagino a los guardas de seguridad y a los dependientes recorriendo los expositores y golpeando cada libro un par de veces, como al reloj que no se mueve, para que se vaya despertando diciéndole lo mismo que le contesto a los mellizos, que quedan quince minutos para que abra la FNAC.

No hay nadie en la gran explanada de AZCA. Las nubes se reflejan en los edificios de oficinas en las que cada día se mueven millones de unos euros cada vez más densos. Ahora los ordenadores están apagados y esa falta de actividad se nota : no hay ni rastro de ese murmullo al que ya se ha acostumbrado el oído. Este silencio relaja e invita a romperlo. Los mellizos juegan a perseguirse. Yo les miro, sentado en un escalón, con una caja llena (solo) de rosquillas listas.

Cuando se cansan de correr uno detrás del otro, vienen hacia donde me encuentro. Les digo dos cosas mientras vuelvo a fijarme en el reflejo de las nubes en los edificios : que no voy a correr y que no pisen por un descuido la caja (a la que protejo más que si llevara pollitos a punto de salir del huevo). Los dos dicen que vale porque su plan es jugar al escondite inglés. Me resumen las reglas rápidamente y les digo que por mí vale, que si solo hay que contar y girarse, me apunto. En estos momentos las nubes también se reflejan dentro de mí y mi voluntad es más bien vaporosa.

No me lleva mucho tiempo descubrir que lo divertido de este juego es hacer trampas. El que lo ideó lo tenía bien claro. Puedes contar deprisa. Puedes darte la vuelta sin avisar. Puedes acercarte al que está quieto como una estatua para hacerle cosquillas. Puedes ser indulgente con uno y malvado con otro. Todo esto provoca quejas, claro, pero son las que llevan dentro una carcajada que no tarda en explotar y cubrir la explanada y agitar, levemente, las nubes más pequeñas que andan por encima de nosotros.

Nos turnamos varias veces y hago el segundo descubrimiento : las trampas tienen sus propias reglas. Si se aplican mal, nadie se ríe. Me pasa un par de veces, pero los mellizos tienen paciencia y me lo explican. Nada grave. Basta con encadenar dos trampas de nuevo, como pedaladas en la bici después de caerte, para recuperar el ritmo.

En esto, que no era el plan, se ha convertido la mañana del domingo. Ni pensando toda la semana se me habría ocurrido proponer algo así. Las risas. El buen humor. Las tonterías. Los libros que se desperezan. El guarda que mete la llave para que empiece a subirse la verja metálica. La caja con las rosquillas. La mujer con el perro que se queda mirándonos como el que se arrima a un fuego una tarde de invierno.

La puerta de la FNAC se abre. Como después vamos a ver artículos de papelería en otra tienda, los mellizos son los primeros en decirme que podemos entrar para que pasen cuanto antes los veinte minutos pactados. Voy a mirar todo lo que pueda, pero no me voy a gastar nada : mi presupuesto está en esa caja con rosquillas. Hace tiempo habría sido distinto.

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