miércoles, 22 de mayo de 2013

La lista del albañil




La lista del albañil : Cada sábado lleno el carrito sin pensar : donde él se para, yo alargo la mano, cojo el artículo, y lo dejo. No hay mucha emoción, pero si me detengo a pensar en todo el trabajo que hay detrás de estas estanterías para que, precisamente, no haya emoción y todo esté donde mi mano espera que esté, no me queda ninguna razón para quejarme. Leche. Naranjas. Pollo fileteado. Soy un albañil comprando materiales.

A veces pasan cosas. Un tema de Manolo García. La pescadera lanzando el hielo de un cubo sobre el pescado como si sembrara frío. La responsable de la sección de maquillaje retocándose frente a un espejo. Dos cajeras bromeando con un chaval por la bolsa con la que su madre le ha mandado a la compra.

A veces la novedad está en la misma lista, que guardamos en el cajón de la cocina junto a un bolígrafo que apenas escribe pero que conservamos porque tiene cuatro colores, los cuatro secos. En la lista se mezclan las cosas que necesitamos con las que quieren los mellizos :una combinación de manual de instrucciones y carta a los Reyes. Con esfuerzo leo en la nota unas letras y el resto lo adivino por la marca que deja el bolígrafo : acondicionador. Acondicionador. Anulo el control automático del carro y me hago con él tras unos segundos de duda. Paso junto a la responsable, que ajusta la posición de unos desodorantes, y encuentro el bote de acondicionador que buscaba.

Descargo el carro en la caja y al acabar dejo el acondicionador en la cinta.

Hay que cuidar este acondicionador. 1,65 €. No es un tema de precio. Si siempre quise una niña fue para encontrarme en una lista la palabra acondicionador, dejar de ser un albañil y  comprarlo. En la lista lo pone y yo obedezco, aunque me siga pareciendo un producto tan extraño. ¿De verdad funciona?

Claro que funciona. Una vez que aclaro el pelo de Lucía esta tarde, me echo un buen chorro en las manos, como si fuera a masajear a un luchador de sumo. Todo acondicionador es poco para Lucía. Ella, que me conoce, me advierte, sin abrir los ojos, de que no hace falta mucho, que solo es para que no se enrede.

Así que cojo las puntas de su pelo y lo masajeo para que se extienda bien. Lucía sigue con los ojos cerrados. Yo sigo hasta que ella me diga que es suficiente.
               

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