domingo, 5 de mayo de 2013

Dos horas de las que solo quedan los huesos




Dos horas de las que solo quedan los huesos : Sol en la calle, gente de domingo, terrazas llenas. La primavera reina. Entramos en el Sushiclub a comer. Nos hacen esperar un poco para darnos una de las mesas que está junto a la entrada. Una buena mesa, con luz, desde la que ver la calle y los carteles que anuncian los conciertos de Iron Maiden, Selena Gómez, Loquillo y Sidecars. María elige la comida. Yo, el vino : como son muy caros (mucho), escojo uno de los más baratos : Susana (sempre)… uno de Mallorca por 21 euros que está muy rico (a lo mejor no está tan bueno, pero la etiqueta me gusta tanto que no me permito ponerle peros. Además, nos lo acabamos). Pedimos sin miedo porque a los mellizos les gusta la comida oriental y porque Daniel está de mal humor (cuando se le vacía el estómago, se acaban las sonrisas) y eso no puede ser. California roll, surtido de sashimi, gyosas, tataki de buey, wok de noodles y wok al curry. La camarera que nos atiende no tiene que esforzarse por ser simpática porque ya lo es : lo trae de serie y se le nota. Menuda, mulata, de ojos brillantes. Nos trae de aperitivo cuatro chupitos de sopa de mijo. Daniel coge uno sin pensárselo y lo remueve con uno de los palillos que le han puesto (no tiene problemas en usar los suyos, pero a los demás nos pide los nuestros para casa, no sé si para manualidades, para comer espaguetis o para sus tiestos). Lo prueba y le gusta. Lucía no lo prueba y no le gusta. Más que mellizos, a veces creo que hemos tenido contrarios. María se bebe el suyo; yo el mío y Daniel, claro, el suyo y el de Lucía, sin pensárselo aunque no seamos capaces de explicarle qué es el mijo. De fondo, también como aperitivo, versiones suaves y elegantes que nos recuerdan a Ibiza. “Summer son”, de No Horizons; “Dont´s speak”, de Ultra Lounge, por ejemplo. La camarera les sirve la soja a los mellizos porque teme que la vuelquen al vencerse la tapa. Uno, otro, y luego nosotros. Ese gesto es el que separa el aperitivo de la comida, la señal para que los platos empiecen a llegar. Y ahí está el california roll, y el sashimi (que Lucía come sin preguntar y que Daniel ni prueba), y el wok que apenas prueban, y el arroz con el curry y la carne (que no pruebo) y las gyosas. Como suele suceder cuando la comida les gusta a los mellizos, María y yo nos comemos solo lo que nos toca y, básicamente, lo que no les apetece. Mejor esto, sin duda, que insistir en que coman y ver que los platos se marchan como vienen. Ese no es el problema de hoy. De hecho, del plato de buey solo tengo dos imágenes : la de la camarera limpiando con un paño la salsa que se le ha caído y la del fondo del propio plato. Agradezco que todavía no puedan beber vino para no tener que compartirlo con ellos y poder dedicarme a disfrutarlo. Sigue la música de Ibiza. Este es un local para parejas, está claro, pero los mellizos no desentonan porque andan muy entretenidos comiendo y pidiendo otro plato más de California rolls que acaban trayendo. Ellos a los rolls y nosotros al vino, a la última copa, al último trago. No tenemos muy claro si hemos cumplido con el mínimo de platos que la reserva por El Tenedor exige, por lo que para asegurarnos y para alargar un poco la comida (que no el vino), pedimos dos postres. Un coulant para Daniel y una tarta de queso para los demás. La camarera, que levanta los pulgares cada vez que le respondemos que estamos comiendo muy bien, vuelve a hacerlo al decirle que no nos importa esperar : un coulant por el que no se espera, no es un coulant, es otra cosa, y eso es algo que queremos que Daniel, incipiente aficionado, debe saber. Podría dar sorbos cada vez más pequeños para no pasar sed hasta el postre, pero eso es algo que no debe hacerse con un vino como éste : que se acabe cuando se tenga que acabar. Y se acaba, en fin. Triste porque ya anticipa el final de una comida, pero hoy podemos retrasarlo. Sigue la música de Ibiza, y las parejas en las mesas. Traen los postres a la vez y los comemos a diferente ritmo. Daniel se lanza a por el suyo como un tigre con una cuchara a por una cebra. María y yo nos dedicamos al nuestro comiéndolo lentamente, como si cada cucharada fuera la primera. Así de despacio y de elegantes, para compensar las formas de Daniel, para el que el mundo exterior ha desaparecido. Estilo vikingo vs. estilo BBC. Veo pasar a Juan Manuel de Prada, con traje, inmenso : varios cuerpos en uno. Los cafés están buenos. Defendemos cierto perímetro de tranquilidad alrededor de ellos ahora que Daniel, que ha terminado su postre, y Lucía, que lleva tiempo esperando,  quieren que nos vayamos. La comida termina para ellos con el café, no para nosotros. Ellos quieren que nos lo tomemos deprisa. Nosotros nos demoramos. Como todas las comidas, en fin, no es una novedad. Al final no nos queda más que pedir la cuenta como el que admite la rendición. 100 euros, incluido el descuento. Si quitamos el vino, nos quedan veinte euros por cabeza. ¡Dos menús!. Vistas así las cosas, la comida es un regalo. La camarera mulata se despide. El encargado en la puerta me pregunta lo mismo dos, tres veces, pero como yo lo entiendo de una manera distinta en cada repetición, al final le respondo lo que, supongo, quiere oír : que sí, que hemos comido muy bien. Lo que es verdad.

Una gran frase de Daniel que a lo mejor anda por algún tema de Loquillo : "Estoy lleno , pero quiero más"

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