jueves, 29 de agosto de 2013

Algo que no le encargarías a Superman



Algo que no le encargarías a Superman : Dos dependientes atentos a su pantalla no llegan más lejos que yo con mi iPhone. Ellos miran, acuden a la estantería y me dicen que no encuentran el cómic. Yo consulto en el móvil los nombres de los autores, la editorial, y sigo fielmente el abedecedario hasta que llego a la G de Goodwin,Archie y saco, como si fuera el final de un truco, el ejemplar de "Alien" que buscaba. Me marcho contento de la librería porque puedo cumplir la promesa que le hice a Daniel de que se lo compraría. Ha sido en la tercera tienda, lo que le ha dado más emoción                                   
            
"Alien, la historia ilustrada", basado en la película, no es un cómic para niños. Eso ya lo sé, pero precisamente por eso se lo compro. Para que experimente esa sensación de estar leyendo algo que no debería tener entre las manos, la misma que yo buscaba cada vez que pasaba por el cine en el que estrenaron la película y al que no me dejaban pasar por su calificación “S”. Que los hijos superen a los padres y esas cosas.                                            
            
Porque si espero a que tenga unos cuantos años más es probable que lo que ahora es una historia fascinante con un monstruo indestructible se convierta en un mero paseo espacial en el que un bicho viscoso se merienda a la tripulación hasta que la del gato le da al botón del motor. Todo tiene su momento justo y tanta serie dañina de Disney Channel me hace sospechar que lo peor que puedo es darle precisamente lo que se supone apropiado para su edad.                                    
            
Que se fascine con Alien, pues, a pesar del pequeño chorro de sangre que cubren las dos páginas en las que el monstruo sale de la tripa de Kane y de cierto lenguaje inapropiado que se suele soltar cuando una máquina de matar de la que desconoces todo te persigue.
                                                                                                             
La tarde es buena y camino de una cena aprovecho para callejear y perderme un poco. Doy así con una calle en la que me encuentro con más tiendas de cómics ahora que ya no las necesito. Tomo nota de ellas porque si las sumo a las que ya he visto, obtengo una buena ruta para hacer con Daniel, al que quiero aficionar a este mundo. Tal vez su habilidad para el dibujo requiera otros modelos y esta pretensión mía sea como regalarle un disco de Motörhead a alguien que tenga inquietudes musicales, pero por probar este camino no vamos a perder nada.

Tienen buena pinta estas tiendas: me fijo en todos los detalles de lo que exponen. Me parece un mundo sugerente para un niño de nueve años. Todos esos superhéroes y sus poderes. Todas sus luchas eternas. Todas sus alianzas. Todo ese barullo de patio de colegio que se mantiene en pie porque lo aceptamos así y que se viene abajo con una pequeña pegatina: la de la empresa de seguridad que colocan en el escaparate junto a un dibujo tamaño real de Superman, como si puestos a defender lo nuestro todos supiéramos qué es lo que conviene hacer.

Justo la pegatina de la que hay que mantener alejados a los niños.                   

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