martes, 27 de agosto de 2013

Sobre las chocolatinas no se filosofa




Sobre las chocolatinas no se filosofa : Durante muchos años, las bolsas de chocolate que nos traían de Suiza eran Suiza: algo que uno se comía poco a poco, en una lucha entre el hambre y el cargo de conciencia del que va acabando con un recuerdo, como el que añade detalles a bolígrafo a las fotografías de la familia. Es lo malo de un país en el que se tiene familia y que se dedica a producir cosas que se comen.

Las bolsas terminaban vacías, pero tampoco voy a ponerme trágico porque estamos hablando de Suiza y la verdad es que había siempre más chocolates que recuerdos, por lo que,  al coger uno, a veces te venía a la cabeza el mismo o ninguno. No importaba. Se establecía una buena conexión entre el chocolate y la memoria, y no sé si a veces me comía uno por hambre o por morriña de esa tierra que he visto como mi Galicia particular.

Esa relación con la memoria empezó a romperse cuando empezaron a encontrarse las mismas bolsas por todas partes, como si hubiera un plan oculto para inundar el mundo de chocolatinas. Venían de Suiza pero ya no eran Suiza. El sabor era el mismo, si bien su capacidad para evocar detalles del país de las vacas con relojes iba disminuyendo con la misma velocidad con la que yo, liberado de esa culpa inicial, me las comía de dos en dos, de tres en tres, peladas y sin pelar. La anorexia de la memoria quedó compensada por el  tamaño de mi tripa.

Me iba alejando de Suiza.

Estas no son cosas en las que uno piensa cuando echa gasolina o se pone a preparar la cena. Ni siquiera sabe que han sucedido así hasta que hoy mi madre me trae una de esas bolsas tras pasar dos semanas por Suiza. Las bolsas son para los mellizos, pero eso no impide que le dé un par de vueltas al tema después de dejarlas en la nevera. Supongo que acabaremos comiéndolas porque tampoco son rosas, y ya lo afirmaba Goethe : “Sobre las rosas se puede filosofar, tratándose de patatas hay que comer”

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