Sobre las chocolatinas
no se filosofa : Durante muchos años, las bolsas de chocolate que nos traían de
Suiza eran Suiza: algo que uno se comía poco a poco, en una lucha entre el
hambre y el cargo de conciencia del que va acabando con un recuerdo, como el
que añade detalles a bolígrafo a las fotografías de la familia. Es lo malo de
un país en el que se tiene familia y que se dedica a producir cosas que se
comen.
Las bolsas terminaban vacías, pero
tampoco voy a ponerme trágico porque estamos hablando de Suiza y la verdad es
que había siempre más chocolates que recuerdos, por lo que, al coger uno, a veces te venía a la cabeza el
mismo o ninguno. No importaba. Se establecía una buena conexión entre el
chocolate y la memoria, y no sé si a veces me comía uno por hambre o
por morriña de esa tierra que he visto como mi Galicia particular.
Esa relación con la memoria empezó
a romperse cuando empezaron a encontrarse las mismas bolsas por todas partes,
como si hubiera un plan oculto para inundar el mundo de chocolatinas. Venían de
Suiza pero ya no eran Suiza. El sabor era el mismo, si bien su capacidad para
evocar detalles del país de las vacas con relojes iba disminuyendo con la misma
velocidad con la que yo, liberado de esa culpa inicial, me las comía de dos en
dos, de tres en tres, peladas y sin pelar. La anorexia de la memoria quedó
compensada por el tamaño de mi tripa.
Me
iba alejando de Suiza.
Estas no son cosas en las que uno
piensa cuando echa gasolina o se pone a preparar la cena. Ni siquiera sabe que
han sucedido así hasta que hoy mi madre me trae una de esas bolsas tras pasar
dos semanas por Suiza. Las bolsas son para los mellizos, pero eso no impide que
le dé un par de vueltas al tema después de dejarlas en la nevera. Supongo que
acabaremos comiéndolas porque tampoco son rosas, y ya lo afirmaba Goethe : “Sobre
las rosas se puede filosofar, tratándose de patatas hay que comer”
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