Demasiado teatro en el área pequeña : Cambiamos
el Fringe por el Rototom. Los edificios de piedra por unas construcciones que
se debieron planificar y construir con los ojos cerrados. El sándwich del
Greggs por la hamburguesa del Pinguins. El chubasquero por la toalla. El bullicio
de las compañías de teatro por las fiestas infantiles en la sala de la
comunidad de al lado. Las libras por los euros. La distancia por los titulares deportivos.
La cámara de fotos por la pala de plástico. El césped del parque por el de la
piscina. La mirada tensa del vigilante del pub por la relajada de la
socorrista. El olor a gel de hotel por el de la crema para después del sol; el
de cerveza por el de mar. El paso rápido hacia los venues por el paseo
tranquilo hacia las olas. La exigencia de cada día por la entrega al
despertarse. El silencio por los programas infantiles. El frío del atardecer
por el bochorno que no calma el paseo. La Castle St por la Avenida Ferrandis
Salvador.
Pero cuesta verse aquí cuando no
nos hemos ido del todo de allí. En el partido de futbolín que jugamos después
de cenar, Lucía mantiene al portero al revés durante todo el tiempo. Así
estamos todos: deberíamos tener ya los pies en el suelo, pero el cuerpo nos
sigue pidiendo teatro. No dejan de entrar goles, claro, pero no podemos parar
de reír.
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