martes, 20 de agosto de 2013

Nadie arranca la etiqueta de un tirón




Nadie arranca la etiqueta de un tirón : Hay valientes (e irresponsables) que piensan que pueden pasar de la playa a la mesa de la oficina en unas cuantas horas. Cargan el coche, se detienen solo para ir al baño y en unas horas ya están en casa, revisando los mails en el portátil para presentarse en el trabajo a la mañana siguiente sin tiempo que perder.

Pero las cosas no son tan sencillas. Pasar de las vacaciones al trabajo requiere un tiempo de descompresión. Si no se respeta, es bastante probable que uno explote por dentro sin darse cuenta y continúe con su vida normal sin ser consciente de que, básicamente, está muerto.

Hay que tenerse un poco más de cariño y escucharse un poco. Igual que uno no se planta en la playa con el mismo aplomo el primer día que pasada una semana, obligado a vencer una inercia de traje y corbata que no reconoce las primeras olas aunque te cubran los pies, lo mismo sucede con el proceso contrario. Con esa decisión de romper bruscamente con la sombrilla y el chiringuito y los cubos de plástico, uno se lleva el cuerpo pero se deja lo fundamental de sí mismo tumbado en la toalla, como si todo el año fuera agosto.

Esas cosas hay que hacerlas con más tacto, como cuando se quita la etiqueta con el precio de un regalo. Si se hace con paciencia, acaba saliendo, pero si se abandona uno a las prisas, solo arranca un poco, dejando el resto como prueba de que no fuimos muy cuidadosos con el regalo, lo que acaba diciendo más de nosotros que el propio regalo.

Con suavidad, pues. Poco a poco. Podemos marcharnos, sí, pero rascando con cuidado con la uña para arrancarnos suavemente de la playa, del sueño sin despertador, de las comidas con vino, de los caprichos en los puestos del paseo. Así, poco a poco. Nos metemos en el coche pero damos varias vueltas alrededor de nuestro hotel, como buscándonos en la playa antes de meternos en carretera.

Y ya en la autovía, conviene pararse bastante a menudo en las gasolineras con cafetería. Igual que ofrecen los lavabos o una tienda con artículos básicos, ahora han dispuesto unas mesas y unas sillas para que te sientas como si estuvieras en un chiringuito. En vez del olor a mar, te llega el de la gasolina y si quieres comer algo, no esperes un plato de calamares, solo un sándwich de atún. No importa. Quédate ahí un rato, combinando los dos mundos. Dándote tiempo a alcanzarte a ti mismo, a arrancar la etiqueta un poco más, a descomprimirte. 

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