viernes, 7 de octubre de 2011

Cinco vasos con sabor a anís

Es viernes por la noche y acabo de darme un paseo por Fuencarral hasta la Plaza Conde del Valle Suchil. Hay ambiente por la calle y locales con comida expuesta : empanadas argentinas, tapas, falafeles y pizzas que no puedo probar. Para evitar la tentación me paso una media hora en la Casa del Libro de Fuencarral y ahí compro “Educación siberiana” porque me acuerdo de que vi al escritor, que aparece en la portada, de perfil, en el programa Página 2. Era un tipo al que no le gustaba mucho hablar y que daba un poco de miedo, así que no me cuesta decidirme por este libro, para ver qué es lo que se cuenta y por qué daba miedo.

A las ocho estoy sentado en un sitio tranquilo, en el que está prohibido hablar por teléfono, con poca gente, empezando “Educación siberiana”, con una mesita al lado, sin nadie que me moleste, con tiempo por delante, sin distracciones y bien atendido. Se me acerca una mujer a ofrecerme algo de beber :

-Un vaso cada cinco minutos – me dice.

Y me sirve lo que parece agua de una jarra de cristal como la que mi madre tenía en casa en un vaso de plástico. Llena cinco y se marcha.

“Sé que no se hace, pero estoy tentado de empezar por el final” (Página 11)

El agua sabe a anís. Me bebo cada vaso en pocos sorbos, imaginándome cómo recorre mi cuerpo, como si lo pintara por dentro.

“Pero es natural, me crié en un barrio de mala fama sonde se establecieron los criminales expulsados de Siberia en los años treinta; vivía en Bender entre ellos, y los habitantes de mi criminalísimo barrio formábamos una gran familia” (Página 15)

Voy de la página al reloj. Cada vez que termino un vaso lo meto en el anterior. Veo que alguien ha hecho lo mismo con todos sus cinco vasos.

“De pequeño los juguetes no me interesaban. Mi diversión a los cuatro o cinco años era pasearme por asa esperando a que mi abuelo o mi tío desmontaran y limpiaran las armas; lo hacían con gran esmero y cariño, y muy a menudo , pues tenían muchísimas” (Página 16)

Nikolái Lilin no pasó su infancia entre Disney Channel y Clan. No vio mucho a Bob Esponja, eso está claro. Policías, armas, criminales, picas, urcas, soldados rusos, gorras de ochos triángulos, vasos de kvas, abuelos, clanes, atracos, crucifijos, iconos religiosos, picas, historias, pasteles de manzanas y reglas, muchas reglas.

“Muchas veces mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a un matadero y nos instruía en el manejo del cuchillo contra los cuerpos de los animales que colgaban de los ganchos. Con tales ejercicios, una mano pronto se vuelve experta y decidida” (Página 26)

Nikolai nació en 1980, así que esa infancia, que parece en blanco y negro, sucedió ayer. Aunque todos los relojes avancen al mismo ritmo, el tiempo no corre igual en todas partes.

Me termino el último vaso y los dejo uno dentro de otro, como esas matrioskas rusas, pienso. Ya debo estar bien marcado por dentro. La mujer que me ha dado de beber, me llama por mi nombre entero y me indica que pase a una pequeña habitación.

Me da tiempo a leer una última frase :

“Quien quiere muchas cosas es un loco, porque un hombre no puede poseer más de lo que su corazón es capaz de amar” (Página 64)

No es un libro en el que se trabaje el lenguaje porque no hace falta. La historia tiene la suficiente fuerza como para que pase eso por alto. Entro en la pequeña habitación, me quito la ropa, me pongo la bata que encuentro colgada en la percha y me tumbo donde me indican.

-Es posible que ahora, con lo que te estoy inyectando, notes escozor en la garganta y en la vejiga. Ya está. La prueba dura cinco minutos y después ya puedes hacer vida normal.

De eso se trata, de seguir con una vida normal mucho tiempo.

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