martes, 18 de octubre de 2011

La palmera de chocolate


El entrenador de fútbol no deja de gritar. No es una cuestión de mal humor, sino de hacerse oír. Dar clase a un grupo de niños de siete años no debe ser fácil. Lo fácil es verlo desde un borde del campo, como yo, disfrutando de una palmera de chocolate, junto a los demás padres (que no disfrutan de una palmera de chocolate, allá cada cual).

No me cuesta encontrar a Daniel, aunque esté un poco lejos, de espaldas y entre varios niños. Supongo que me sé su forma de moverse. Cosas que habremos heredado de los animales, a ver si lo cuentan en algún National Geographic. Se da la vuelta, levanto la mano (en la que no tengo la palmera) y él no me devuelve el saludo. A lo mejor su profesor ya les ha prohibido hacer declaraciones a los padres y hablar con la prensa. O al revés.

Sigue gritando el entrenador que está en el campo del fondo y el otro que está en el más cercano. Cuando los gritos no son suficientes echan mano del silbato, más efectivo. Sus esfuerzos en estos momentos de la carrera futbolística de los niños se centran en que no sigan todos al balón. Juega tanto el que tiene el balón como el que no, parece dictarles con las manos, las llamadas a cada uno con su nombre, las carreras y las indicaciones. Eso de ver una esfera e ir todos a por ella también lo tenemos en la sangre, que así empezó todo para nosotros. Otro tema que le dejo a los del National : El fútbol como fecundación.

Así que en cada grupo los chavales aprenden a fijarse a una zona del campo y a esperar, como hace ahora Daniel, junto al portero contrario. Espera quieto, mirando, atento al profesor y al balón, que anda muy lejos. La disciplina es buena, pero un poco aburrida. Me gustaría saber qué está pensando Daniel en ese momento. El, alguna vez, podrá leer lo que yo pensaba mientras le miraba. Y me comía la palmera de chocolate que tan amablemente me ha vendido una dependienta :

-Hola

-…

-Quería una palmera.

-…

-No, la de al lado, si puede ser.

-…

-Esa, gracias.

-…

-¿Son uno con treinta y cinco, no?

-…

-Es para llevármela.

-…

-Aquí tienes, creo que va justo.

-…

-Con tanta moneda pequeña

-…

-Gracias

-…

-Hasta luego.

-…

Todos tenemos uno de esos días en los que no nos apetece hablar, lo entiendo, pero entonces no te dediques a vender palmeras de chocolate porque vender una palmera de chocolate es un arte (ese movimiento por el que pasas la palmera de las pinzas con las que la has cogido al papel con el que se la vas a pasar al cliente) y hacerlo de esa manera echa por tierra el rito. Para olvidar ese mal momento, le doy otro mordisco a la palmera.

El suelo es duro. Ni arena ni hierba. Cemento tal vez. Duro, en cualquier caso. Cuando alguno de ellos se cae, el entrenador les coge de los brazos y les levanta. El mensaje aquí es claro : “No queremos que parezcáis del Barcelona”. Buenas consignas. Cuando se vuelve a ver de pie, aunque el golpe haya sido duro, parecen olvidarse del dolor y siguen jugando como si nada. La capacidad de anestesia del fútbol también debería ser tratada por los del National. Y bla, bla, bla.

Lo que sí hacen, y muy bien, es celebrar los goles. Desde mi punto de vista, una portería sin red, una portería señalizada con dos conos, no es una portería, pero a ellos les da igual. Un gol es un gol. El que marca sale corriendo al encuentro de otro que, sujetándole por la cintura, le levanta para que el índice del goleador pueda tocar las nubes. No sé si el entrenador les habrá dado una clase, pero como celebración no está mal para cuando lleguen los goles con portería de verdad y porteros de verdad.

Daniel abandona el campo con otros niños para dejar su sitio a los que esperaban sentados. En el poco tiempo que he estado ahí no le he visto tocar el balón, aunque la posición la ha guardado muy bien y ha sabido controlar el instinto de salir corriendo detrás del balón. Lo anoto mentalmente para decírselo cuando la clase termine. Esta vez si me devuelve el saludo, aunque no muy contento. Supongo que no le gusta que le vea en el banquillo, mirando el juego desde fuera.

Me termino la palmera.

El entrenador hace sonar su silbato y da por terminada la clase.

Entonces me doy cuenta de que, entre tanto niño, hay en uno de los equipos una niña. No sé si en el grupo de gimnasia rítmica de Lucía habrá algún niño. Dejo esta meditación a la mitad porque no trabajo en ningún Ministerio ni creo que los del National vayan a encargarme el guión de ningún documental. Me acerco a charlar con Daniel.

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