domingo, 30 de octubre de 2011

En busca de la clave

En una mesa a nuestro lado, una mujer extiende el periódico como solo se hace cuando se va a proteger el suelo antes de pintar y comienza a leerlo detenidamente, como si durante la semana no hubiera entendido bien lo que le han contado y ahora buscara la clave para poder asimilar toda la información recibida y sentirse más o menos orientada, más o menos segura cada vez que vaya a emitir una opinión en los próximos días. Lee con los brazos debajo de la mesa y el cuerpo inclinado hacia el periódico. Le dedica el tiempo necesario a cada página, sin prestarle mucha atención al café y a los churros que tiene en una esquina.

En nuestra mesa, Lucía se dedica a los churros y Daniel a las porras.

-Antes los curros estaban sosos. Ahora los hacen mucho mejor – me explica mi madre para que entienda por qué el local, que antes no era muy frecuentado, ahora tiene todas las mesas ocupadas.

Lucía mete los churros en su cola cao hasta que se deshacen. Al sacarlos tiene que acercar mucho la boca para que no se le escapen. Daniel no quiere cortar su porra por la mitad y la va mojando y comiendo, mojando y comiendo, llenando la mesa de gotas de leche sobre las que vamos dejando servilletas de papel.

Al ver a la mujer leer el periódico, me entran ganas de abrir el iPad. Sólo me ha costado dos días acostumbrarme a leer el periódico en el iPad. Si tuviera un quiosco, estaría preocupado. Si me ganara la vida en una librería, también. Los inconvenientes de leer en un iPad son meramente teóricos, redactados por alguien que trata de que los muros de su casa no se vengan abajo mientras va de uno a otro en mitad del terremoto.

A pesar de ese éxito inmediato, aquí, con los dedos manchados de grasa, no me atrevo a cogerlo. Es, más que una cuestión de higiene o de estética, un tema de protocolo. En una churrería hay que llevarse una copia impresa del periódico y, con la tranquilidad de la mujer, dejar que el tiempo avance al ritmo con el que se van pasando las hojas. Leer el iPad sería como comerse los churros con cuchillo y tenedor.

-El secreto está en la sal – insiste mi madre.

Lucía se come los churros poco a poco. Daniel, de repente, sin que haya habido un cambio de ritmo que anuncie este desenlace, se echa hacia atrás y deja lo que le queda de porra en el plato.

-No puedo más –anuncia.

La mujer del periódico sabe más que yo. Sabe que Lula padece un cáncer de laringe, que Bruselas niega una red de seguridad para España, que Abramovich empezó de mecánico, que la Otan deja Libia en el caos, que Ozil anda taciturno y desconectado, que Michael Radford ha hecho un documental sobre Petrucciani, que Javier Roca, un policía expedientado, piensa que Jesús fue el primer indignado, que los U2 se pasaron dos horas bebiendo en Casa Julio, que se están emitiendo a la vez el original y la copia de “The Killing” y que, en fin, la banca sigue teniendo un riesgo inmobiliario de 138.000 millones.

Yo veo la mesa con los vasos de cola-cao, las servilletas arrugadas, las migas. Veo la cara de Lucía, limpia. Veo la cara de Daniel, con restos de chocolate alrededor de los labios. Veo las fotografías en blanco y negro del local. Veo mi taza de café vacía. Veo a la gente desayunar tranquilamente, casi todos hablando y sonriendo.

Mi madre insiste en que la chica que nos ha atendido coja su billete y no el mío.

Me cuesta levantarme. Me gustaría quedarme un rato más. Ahí afuera, el domingo avanza más deprisa.

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