domingo, 2 de octubre de 2011

Restaurante "Los zagales"


Nada habría sucedido si en la puerta del restaurante Los zagales no hubiera visto un gran cartel con el dibujo de lo que parecía un Tigretón y que aquí llamaban Tigretostón. Por nada quiero decir que, viendo que no había mesa, nos habríamos marchado sin pensar en volver.

Y este post no existiría y no podría hablar de una de las comidas de las que más he disfrutado.

Pero vamos por partes, que ése que entra unas horas después en el restaurante soy yo. El mismo que se hace un hueco en la barra y pide un Tigretostón. El mismo que lo acompaña con dos copas de vino. El mismo que lo va mordiendo poco a poco, dando gracias por tener un paladar y por haber cocineros capaces de pensar en tapas como ésta : un rollo de pan negro con tostón, morcilla, cebolla roja confitada y crema de queso servido en un envoltorio idéntico a los de los antiguos Tigretones. Servido, templado, en su pequeña bandeja.

¿Cuándo fue la única vez que lo experimentado fue superior a lo esperado? Seguramente que hace bastante tiempo, pero no importa, esta tapa pone el marcador a cero. Os lo digo : también se puede llegar a la euforia por el paladar.

Pero sigamos por partes, porque esto es sólo el comienzo. Al día siguiente, con María y los enanos, nos sentamos en una de las mesas que hay en el lateral del local, repleto de trofeos de caza y de botellas de Vega Sicilia de cuando Alfonso XII empezaba a estirarse el bigote.

La camarera es la misma que me atendió ayer. Leo la lista de las cinco tapas premiadas y las pido todas para que podamos probarlas. He aquí la alineación : Tigretostón, Obama en la Casablanca, Baguetina Brava recién Hecha, Tierra – Mar – Aire y Cigala con crujiente de espinacas y jamón. De vino, un Pinna Fidelis, Roble 2008.

En lo que nos traen las tapas, les voy hablando del Tigretostón con una devoción que hace que el local enmudezca, mis hijos me escuchen en un atento silencio, las nubes se levanten, que sí, que no, y que yo mismo me descubra utilizando términos desconocidos, como retruécano, que se me aparece así de pronto. Don de lenguas.

Y he aquí que van trayendo las tapas y las vamos probando. Como si hablara de un buen libro, no voy a contar más para que el que tenga la suerte de pasarse por el local las descubra sin que nadie le haya arruinado el final. Lo que sí puedo decir, porque de esto no me cabe ninguna duda, es que Moisés, cuando tropezó al bajar de la montaña, dejo caer la tabla en la que estaban estas cinco tapas. Junto a los mandamientos había otra lista de recomendaciones que, por no mirar por donde andaba, el bueno de Moisés dejó hecho polvo : cinco tapas y cinco sitios donde dormir por menos de veinte euros, creo.

Puede sonar exagerado, pero os recuerdo que este restaurante se encuentra en la calle de La Pasión número 2.

Cinco tapas de las que repetimos. Las compartimos, las olemos, las bebemos, las miramos, las leemos, las mordemos, las removemos, las fotografiamos, las comentamos, las elogiamos. Creo que nunca nos lo hemos pasado tan bien los cuatro comiendo, disfrutando de una comida que logra jugar con todos los sentidos convirtiendo la mesa en una especie de parque temático gastronómico en el que todo está pensado.

Cinco tapas y un gran banquete minimalista. Y una comida que recordaré toda mi vida.

Todo esto no habría sucedido si en la puerta de la entrada no hubiera visto ese gran Tigretón tuneado. Quién me iba a decir que todos los Tigretones que me he comido en mi vida me iban a acabar trayendo aquí.

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