martes, 6 de noviembre de 2012

La báscula de papel




La báscula de papel : Al escuchar el despertador no me engaño : hoy me espera un día de mierda, entendiendo mierda como la sucesión de temas administrativos que tengo por delante en el trabajo. Como la mierda no va a cambiar, intento hacerlo yo, colándole a mi ánimo mensajes optimistas con el cuidado con el que le metería una margarita en el cañón a la Magnum de Harry el Sucio.

Vaaserunbuendiavaaserunbuendiavaaserunbuendia y en este plan.

Cuando abro el buzón antes de irme al trabajo, veo que mi optimismo ha puesto un huevo con la forma de un sobre cuadrado. Reconozco la letra y sé que lo que hay dentro es un libro que me mandan desde Burgos, que es una ciudad que no tiene equipo de fútbol en primera, pero ahí está. Abro el sobre y me encuentro con un libro muy bien envuelto, qué coño va a desaparecer el libro de papel con envoltorios así. Los de Santiago Rodríguez saben lo que se hacen. Quito el papel con mucho cuidado y paciencia : no es que yo vaya tan despacio, es que el mundo, en general, ha triplicado por tres su velocidad. Lo que era una semilla al abrir el buzón es ahora un pino bien crecido cuando descubro el libro. Roberto Juarroz. “Poesía vertical”.

Abro el libro al azar para que se presente : “Filtrarse en la sustancia más nocturna del árbol y aprender la fidelidad de la materia a la materia”. Un verso que me sitúa, como cuando, perdido entre callejuelas, al final de una descubrimos un elemento que reconocemos.

El día, laboralmente hablando, es una mierda, pero el libro, del que leo algunos poemas en el trabajo, es una referencia con la que comparar el resto de las cosas y descubrir su valor. Esto tiene peso. Esto no. Más allá de lo que el libro cuente, me sirve para recordar lo que es un regalo. Básicamente, algo que se compra porque se encuentra, sin que se busque, sin que haya una fecha que obligue a ello, sin prisas por entregarlo, sin la obligación de exigir una respuesta, sin una razón clara. Algo que se recibe de forma inesperada, que no se sabía que se necesitaba, que no demanda un rápido agradecimiento, que concede su tiempo para ser valorado. Algo, en fin, que se entrega sabiendo que el otro lo está buscando aunque desconozca que exista.

“Lo visible es un adorno de lo invisible”.

La mierda en el trabajo va desapareciendo; en parte, disuelta por frases como ésta.  

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