sábado, 6 de abril de 2013

Anzuelos de gominola




Anzuelos de gominola : La hora define al partido. Si leo que es a las 20:45, tarareo la sintonía de la Champions; si se anuncia a las 18:00, me imagino a padres con sus hijos en hombros y puestos repletos de golosinas como los que Daniel y yo nos encontramos este sábado junto al estadio. Hoy el fútbol tiene ese toque festivo de los concursos de televisión en los que invitan a un famoso, o a un niño, o a un niño famoso, y las preguntas son fáciles y el dinero que se gana con esas preguntas fáciles va a parar a una ONG para que salve a unos cuantos animales en peligro de extinción en Madrid, como el calamar de los bocadillos, al que ha devorado la ternera de las hamburguesas.

Muy buen rollo en general. Habría sido una buena tarde para organizar una jornada de puertas abiertas : la de los furgones de la policía, la de los vestuarios de los equipos, la de las zona privadas con sus azafatas, sus canapés y su canesús. Florentino, lo disculpo, debe estar en otras cosas, pero doctores tiene el club que deberían haber previsto esto para que las nuevas hornadas madridistas cuajen definitivamente, que luego se cruza el familiar blaugrana y te provoca un roto en la familia.

Pero no nos vamos a quejar porque el partido sí conserva un tono infantil, tolerado, que hace que uno no tenga que filtrárselo al niño que tiene al lado. El saque inicial lo da el secretario general de la ONU, con el ímpetu del que está acostumbrado a tirar a portería o a sacar balones fuera: no lo sé. Y su influencia benéfica se queda flotando en el aire : Ballesteros es menos Ballesteros, los ultras sueltan los insultos indispensables (ni uno más), el Madrid le concede un gol de cortesía al Levante para devolvérselo hasta en cinco ocasiones y los de Coca-Cola nos hacen una foto panorámica en el descanso para que nos veamos después.

Hago de padre madridista y le explico a Daniel qué jugadores están sobre el césped, cuáles son sus dorsales, cuáles me gustan más y a cuál podríamos vender en cuando podamos. Mi esfuerzo pedagógico dura menos que el discurso de un cicerone en un centro comercial. Pretendo que sea el propio partido el que se explique a sí mismo pero el juego apenas avanza. A estas horas parece un entrenamiento. Es entonces cuando me doy cuenta de que esta versión inocente del fútbol, apta para todos, no hace daño pero tampoco alimenta : falta ese anzuelo afilado que se te clave sin que te des cuenta y que después tire de ti cuando el estadio, como el carrete del pescador, te reclame.

Intento controlar mi aburrimiento para que no le llegue a Daniel y en medio de esa bruma agradezco los goles que el equipo nos va entregando como globos en una fiesta de cumpleaños. Los celebro como si fueran los de la Décima en Wembley. Daniel se pone de pie, y grita, y salta. Pasada la euforia se sienta, se inventa juegos, se bebe su Fanta de naranja y me ofrece su bolsa de fantasmitas para que la compartamos : el momento de más emoción llega cuando la acabamos y sacamos el cromo que viene en el fondo para ver qué futbolista nos ha tocado. Daniel lo abre con cuidado, como si fuera el punto culminante de la tarde.    

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