miércoles, 24 de abril de 2013

Sin rastros del destructor imperial




Sin rastros del destructor imperial : La peluquera cubre a Daniel con una amplia tela negra. Yo le paso la palabra que me han entregado, esperando que sea suficiente : arreglo. Ella la escucha como si fuera una llave que entrara en la cerradura pero que no girara. Con el primer inglés, puesto a prueba en Londres, cabía la posibilidad de modificar la pronunciación. Aquí no sé qué hacer. Como ve que no va a conseguir más de mí, la trocea en términos más manejables. La patilla. El flequillo. La nuca. La raya. En el fondo, soy un cobarde porque dejo que ella tome las decisiones hasta que Daniel explica claramente cómo quiere que se haga todo. Así las patillas, así la nuca, así la raya : todo bien largo. No hay que olvidar que sigue llevando puesto su traje de judo.

Terminado el corte de pelo y la limpieza meticulosa de todos los pelos, la peluquera retira la tela mostrando el claro contraste entre el traje de judo y el negro que domina la peluquería. Negras son las sillas, y el logo, y los uniformes de las peluqueras. Es un momento de teatro de sombras. Si no se me hubieran adelantado, la fuerza de los opuestos me habría dado para escribir tres capítulos sobre unos rebeldes en una galaxia muy, muy lejana. Viendo a Daniel, me doy cuenta de que habría sido mejor preguntarle a la peluquera si sabía quién era Luke.

Salimos a la calle. Camino del coche, negro, pasamos por delante de una cafetería, una farmacia y una tienda de chinos. La imagen de Daniel tiene tanta fuerza que consigue que todo parezca un decorado. Al acercarnos a un solar que la crisis ha conservado agreste, Daniel se sube a una pequeña montaña. Se queda un instante ahí de pie, esperando, como si supiera que el inicio de su historia depende de que un destructor atrape a una pequeña nave. Pero hoy, afortunadamente, el cielo está despejado y hay que hacer unos cuantos ejercicios sobre los pronombres. Venga, judoka, le grito.

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