lunes, 15 de abril de 2013

Desfile de tractores




Desfile de tractores : Admiro a los corredores que le permiten a su cerebro ver por dónde va. El mío es totalmente sedentario (sospecho que entre sus pliegues oculta algún michelín del que no se siente demasiado culpable) y urbanita y cada vez que ve las zapatillas de correr empieza a advertirme de lo pronto que me voy a cansar. En esos momentos, más que de un cerebro, me parece escuchar la voz de un donut relleno.

Así que me lo llevo al gimnasio un poco engañado. Que si charlamos con los monitores, que si la música del vestuario es buena (es muy buena, luego en la sala las cosas cambian), que si la gente es simpática, que si te lo vas a pasar muy bien. El lado bueno de tener un cerebro limitado (las charlas con los ingenieros de la empresa me han ayudado a definir exactamente sus posibilidades : ya no me engaño) es que los trucos funcionan. Se distrae y se deja hacer. Cuando me ato las zapatillas le lanzo una idea jugosa para que no preste mucha atención (estos días funciona muy bien recordarle alguna frase del “La vida de las mujeres”, de Alice Munro, que le está encantando. Ésta, por ejemplo : “Tenía un nombre magnífico que a veces deletreaba como si sirviera un pescado en una fuente, con todas las sílabas plateadas y las escamas intactas”). Muerde las frases hasta dejarlas en el hueso, feliz, y yo aprieto el nudo y salgo sin haber hecho ningún gesto innecesario, como si mis movimientos fueran una pieza que encajara perfectamente en un motor.  

En las máquinas sigue entretenido. El momento difícil es cuando me subo a la cinta. Ahí deja a un lado lo que tenga entre los dientes y empieza a decirme que no voy a aguantar más de quince minutos, que a los dos kilómetros voy a estar agotado, que puedo volver a casa para desayunar tranquilamente. Los cerebros de los deportistas de verdad botan en el suelo con ese ruido especial de las pelotas de baloncesto en el parquet. El mío se quedaría pegado igual que la masa de unas croquetas. ¿Quince kilómetros?. La cinta tiene una pantalla de televisión, así que busco cualquier programa casero para que se haga la ilusión de estar en el sofá. Y funciona. Él se abandona a las imágenes y yo a las piernas.

Por eso admiro a los corredores que empiezan a verse con el buen tiempo. Incluso a los que van con ropa nueva y corren como si andaran despacio y su corazón fuera una construcción de cartas en el patio de una guardería. Envidio su cerebro, el que, lúcido, les anima, a pesar de todo, a seguir. Y por ahí van, lentos y concentrados, como tractores que fueran arando el duro campo de su salud.

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