martes, 2 de abril de 2013

Betadine en la playa




Betadine en la playa : Madurar también es traducir algunas de tus canciones favoritas y descubrir en ellas la misma capa de moho que en la olvidada lata de tomate de la nevera. El saber te hará libre, pero en ese momento te provoca cierta vergüenza ajena y la sensación de que alguien te ha engañado : tantos años tarareando esa estupidez. Madurar un poco más es decidir, tras cuatro traducciones fallidas, que es mejor dejar las cosas como están.

Razón ésta por la que no leo las instrucciones de las medicinas que ya son como de la familia. Temo que, al estudiarme el prospecto, descubra que su alcance no sea tan amplio como yo lo imagino: capaz incluso de alargarte la vida si piensas en ello cada vez que te tomas una cucharada. Dalsy, Aspirina, Betadine o Mucosan son parte de la alineación que siempre convoco mentalmente para saber que puedo golear a cualquier tosecilla, décima de fiebre o dolor de cabeza que se asome por el túnel de vestuarios. Con ellas siempre juego en casa

Esta tarde, la pequeña costra de la rodilla de Lucia (auténtica medalla al valor) supura un poco. Nada grave. Como tener enfrente al Galatasaray : dan más miedo sus hinchas, representados por las quejas de Lucía, que el propio equipo. Sin pensar, cojo un poco de algodón, abro el Betadine, echo un buen chorro, como si aliñara una ensalada, y me dispongo a aplicarlo a la herida. Al primer roce, los hinchas encienden las bengalas. Lucía grita. Lucía dice, no,no,no,no. Lucía deja caer unos lagrimones que servirían de inspiración a algunas tallas religiosas. Miro el bote y se lo enseño a Lucía, como si fuera la placa del agente del FBI capaz de poner orden en una estampida de bisontes.

Betadine, le digo.

Lucía dice no,no,no y no. Ver llorar a una piedra me impresionaría menos. Entonces me fijo en el bote con ojos de traductor y me doy cuenta de que es feo, de que su tapa no encaja bien, que parece el diseño de uno de esos componentes que se le echa al motor. Y, lo más evidente, que es rojo, que tiene un color que, que no sé, que bueno, que supongo que a un niño le tiene que dar el mismo miedo que a un adulto Jack Nicholson acercándose con un hacha por un pasillo. No soy yo quién para discutir la estrategia de los de marketing, pero para mí que la letra de esta canción tampoco es buena.

Me quedo con el algodón en la mano y lo aplico muy suavemente, tan suavemente que me parece que ni rozo la herida. Así voy ganando tiempo. Soy el hombre que susurraba a las costras. Trato de detener el tiempo, de frenar las lágrimas, de dar con algo que me permita seguir defendiendo al Betadine. Lo encuentro al pronunciar su nombre de personaje de película francesa con historia intrascendente y fondo denso. Una medicina con este nombre, última trinchera desde la que la protejo, tiene que ser buena. La propia herida en la rodilla también es algo francés. Y me da por creerme esta interpretación de lo francés como leve, como ligero, como si en vez  estar en el cuarto de baño nos encontráramos en una playa con una tranquila brisa, que agitara flequillos e hiciera temblar las faldas. Noto cómo esa brisa pasa entre la herida y el algodón. Al tercer intento logro rozar la herida sin que se Lucía queje.  

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